«En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Qué mandamiento es el primero de todos?”. Respondió Jesús: “El primero es: ‘Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser’. El segundo es este: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No hay mandamiento mayor que esto”. El escriba replicó: “Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: “No estás lejos del reino de Dios”. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas». (Mc 12, 28b-34)
En Marcos el que pregunta es un escriba, en Mateo es un fariseo y en Lucas un legista; estos dos últimos para poner a Jesús a prueba. También nosotros podríamos preguntarnos, ¿para saber o por curiosidad? Pero antes de hacer el comentario a esta palabra que nos propone la Iglesia en el día de hoy vamos a acogerla como un don, como un regalo y como una buena noticia.
Hablamos de leyes y, como decimos, también preguntamos cuál es el primero de todos los mandamientos —hoy en día son tantas las leyes y los preceptos que no resulta fácil contestar. Por otra parte, tampoco parece importante establecer cuál es el primero. Haremos una reflexión sobre las leyes y sus consecuencias y después apostaremos por lo que más nos convenga. Son tantos los preceptos que hay en la Escritura —y no digamos la cantidad de legislación con la que nos movemos en las distintas sociedades y países— que me parece que no damos un paso sin que tengamos detrás o delante una ley o reglamento que lo regule.
Una cosa es bien cierta, y es que las leyes se han redactado para ser cumplidas. Aceptamos que las leyes existan, que existan derechos y obligaciones. Sabemos que son necesarias por ser las que regulan el comportamiento, la convivencia, el respeto, la protección de los bienes y de las personas. Las leyes escritas definen a los países que las promulgan y cuanto más en cuenta se tiene a los ciudadanos, más desarrollados o más democráticos son los países que las promulgan. Las leyes están para que los ciudadanos, incluidos sus gobernantes, las cumplamos y cumpliéndolas se pueda desarrollar la sociedad y el Estado, se pueda vivir en paz y se pueda respetar a todos cuantos pertenecemos a un pueblo o país determinado y de paso respetar a los países vecinos. ¡Pero es cosa curiosa esta!: observamos que pese a que aceptamos la ley como un bien, tantas veces todos, pequeños y grandes nos dedicamos, con más frecuencia de la que sería deseable, a saltárnosla.
Repetimos: se nos imponen cientos de leyes y cada día más, no hay parcela de la vida que no tenga detrás una ley, una regulación o una ordenanza que nos diga cómo tenemos que hacer o no hacer.
Ahora, sobre la Ley que estamos comentando cabe decir que se nos proclama como un bien, como una buena noticia, y que aún siendo libre, y teniendo por encima de todo al otro, al prójimo, la mayor parte de las veces nos quedamos en polémicas religiosas, con lo que podríamos decir junto al salmista: “¿Por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos?” (Sal 49).
Nos perdemos en medio de nuestras discusiones domésticas sobre el cumplir la ley y ser coherentes. Estas cosas nos impiden ver la novedad de estos mandamientos, lo que dice Jesús, escucha y aprende esta nueva ley ama a Dios y ama al prójimo como a ti mismo. Y aún va mas allá, la Ley se nos da cumplida “No he venido a abolir la ley si no a dar cumplimiento”. El inicio que marca el “escucha” es tan asombroso como el regalo que se nos da con estos Mandamientos. Amar al prójimo que ves es amar a Dios a quien no ves, y al revés, amar a Dios a quien no ves es amar al prójimo a quien ves, con el que te codeas y convives. En esto consiste la vida eterna, y la vida nueva, en el AMOR. Así que, entre el “¿crees esto?”, y el “¿qué te da la fe?” se llega a la vida cristiana.
Por último, hay que resaltar que la Palabra de Dios, por encima de cualquier otra deliberación, es creadora y por tanto tiene el poder de crear lo que dice: “Hágase la luz y la luz se hizo”. Ahora dice: “Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”, y con esta palabra, da el poder para cumplirla.
Esta Ley, si la acogemos en el corazón, tiene la potencia de crear una nueva sociedad, una nueva vida.
(Para complementar este comentario ver el publicado el 8 de marzo de 2013)
Alfredo Esteban Corral
1 comentario
que simple y real!! que asombroso escuchar que Jesús viene para dar cumplimiento a la LEY DEL AMOR. Gracias Señor por poder escucharte y verte a través de Tú Palabra cada día.