No moriréis; sino que sabe Dios que
el día que comáis de él, serán abiertos
vuestros ojos, y seréis como dioses,
conocedores del bien y el mal. (Gén 3, 4s)
La mentira se esconde detrás de lo correcto y el puñal bajo la adulación. Se lanzan las granadas rojas, dulces y jugosas que explotan destrozándonos las manos. Se barniza lo vacío con capas de aparentes verdades. El espejo brilla y se adora la vanidad del tener y, tras el cristal, apestan los deseos y los afanes corruptos, ocultos en la mesilla de noche. Y el mimetismo social ahoga la fe debilitada, asfixia la ley natural. Se alza un nuevo tótem de becerro de oro. Pero ahora no está recubierto del metal precioso, lo lleva dentro, en la médula, en el corazón. Por fuera es tolerancia, dignidad, derecho, liberalidad, moderación, serenidad, corrección…, porque el príncipe sabe cómo confundir, sabe adular, rebosa sofisma y falacia, ellos son su alimento.
Y los terneros de buena voluntad beben el elixir de la “muerte digna”, pero han tomado cianuro; han probado el “derecho de elección de la sexualidad “ como un manjar de libertad, pero comen arena; lluvia de “tolerancia”, porque todo hombre debe optar en libertad, pero han metido el brazo en la cueva del hurón y sacarán la mano destrozada.
Desnudemos la falsedad, destapemos el velo aparentemente bondadoso, esquilemos la lana del cordero y aparecerá el lobo que hay dentro, el eufemismo que nos exculpa, que nos justifica, que nos redime. No está la clave en elegir entre lo bueno y lo malo. ¡Ójala! Lo que se nos muestra es lo bueno y lo bueno.
El príncipe es mucho más astuto y nos ofrece el mal con apariencia de bien, apetecible a la vista y excelente para adquirir sabiduría. ¿No se presenta el aborto como un problema menor que el que ocasiona a la madre dando a luz a su hijo? ¿No se nos dice que la píldora del día después es mejor que quedarse embarazada? ¿No se presenta la elección de la sexualidad como más coherente que lo que nos ha destinado la naturaleza? Y los que se divorcian, ¿no ven en esa nueva relación maravillosa un futuro mucho más feliz que con su mujer o con su marido? ¿No se nos presenta la eutanasia como “muerte digna”, mucho más humana y razonable que el sufrimiento, la incapacidad, la vejez improductiva, los cuidados paliativos, la pérdida de tiempo, etc.? Porque es difícil elegir entre el bien y el otro “bien”, el que lo parece. Porque el mal se ha vestido de bien para confundir a los hombres.
Vuelve el mimetismo de este mundo que nos incita a apostatar, a claudicar ante lo establecido, aunque no sea lo bueno. Se mueve en una frecuencia que nos arrastra sin darnos cuenta, llevándose consigo las mentes preclaras, los deseos justos, las voluntades fuertes y hasta las conciencias serenas.
Griten los jóvenes en las avenidas, suene el shofar en el desierto, repiquen las campanas de nuestros templos y los presbíteros muestren sin rubor los alzacuellos, como sus hábitos los religiosos y su dedicación los consagrados. Que el cantor salmodie sin complejos, que los maestros enseñen la verdad, que demos razón de nuestra fe a tiempo y a destiempo…, que a esto nos llama nuestro Dios. Pues urge manifestar el amor que nos tiene, que no estamos solos en el sufrimiento, en el combate diario. “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,29-30).