Entrevista a Victoria Luque Vega
Acaba de publicarse por la Editorial Bendita María el libro Yo soy para mi Amado. Confidencias de Elena, una joven con cáncer, de nuestra colaboradora Victoria Luque. Hablamos con la autora sobre este impresionante testimonio de fe en medio de la adversidad.
¿Por qué este título tan sugestivo? Yo soy para mi amado parece el de una telenovela. El libro narra en el fondo una historia de amor, la de una novia muy enamorada de su Amado, Jesucristo. Estamos acostumbrados a contemplar la relación del hombre (o mujer) con la trascendencia como algo estático, frío; muchas veces esta relación religiosa la vemos estructurada en cumplimiento de normas, imposiciones, leyes…, cuando en realidad todo aquel que se encuentra con Jesucristo en su vida lo que vive realmente es un encuentro de amor. Algo fantástico. Todo el que ha tenido una verdadera experiencia religiosa está realmente vivo por dentro. Y esta fuerza “amorosa” es la que hace que se done a los demás… Todo santo, todo apóstol, todo testigo se ha sentido primero amado de una forma única, especial, y esto lo experimenta también Elena. Para Elena Romera, Jesucristo es el Amado. Le dirá a una amiga: “Me han salido muchos novios, pero desde que me encontré con uno, ninguno le llega a Este a la suela de los zapatos”.
Pensé que el libro hablaba de una enferma de cáncer Sí, también. En realidad el libro trata de la historia personal de Elena Romera Santillana. Una chica enferma de cáncer de rodilla, que tras una larga enfermedad, muere a los veinticinco años. Sin embargo, el libro va más allá. En el libro contemplamos la evolución que da la vida de Elena; de una situación típicamente adolescente va pasando con los años, a una madurez interior y espiritual. Gracias, en principio, a Dios y al cáncer.
Parece muy fuerte decir que gracias al cáncer Elena madura como persona y como creyente. Sí, es muy fuerte para nuestra mentalidad en la que la salud es catalogada como “lo bueno” y la enfermedad como “lo malo”. Sin embargo, ella decía que estaba agradecidísima a Dios porque —fíjate en la expresión—, al regalarle el cáncer, Dios la había ayudado a ser pequeña. Elena decía que el cáncer era el signo que Dios le enviaba para decirle “te amo”. Decía: “el cáncer es un regalo; lo que pasa es que está envuelto en un papel de periódico viejo, feo. Pero el regalo en sí es maravilloso, porque es en la cruz donde yo me he encontrado con el Amado, y no quiero bajarme de ella”.
Eres Tú mi gran amigo, mi fiel compañero
Impresionante. ¿Ella no quería curarse? Ella quería hacer la voluntad de Dios, eso era lo principal. Decía: “Si Dios quiere que me cure, me curo. Pero yo lo que quiero es hacer la voluntad de Dios”. Ella tenía la certeza de que estaba en este mundo para cumplir una misión, y todo lo demás —la curación o no, su familia, sus seres queridos…— quedaban en un segundo plano, aunque sufriera enormemente viéndolos sufrir a ellos. Pero esta certeza de hacer la voluntad de Dios era lo que le proporcionaba una alegría indescriptible que transmitía a su alrededor.
¿Cómo llega Elena a tener esa relación tan personal con Jesucristo? ¿De dónde bebía Elena? ¿Cuál era su fuente? Ella nació en una familia del Camino Neocatecumenal. Era la tercera de siete hermanos. Sus padres pertenecen a la primera comunidad de la Parroquia de San Francisco, en Caravaca de la Cruz (Murcia). Desde pequeña, en su casa escuchó hablar de Dios. A los trece años hizo las catequesis y entró en el Camino. Todo esto, qué duda cabe, influyó en su concepción del mundo, pero ella verdaderamente buscó y encontró. Hubo un tiempo —en torno a los dieciséis años— en que Elena cuestionó la fe que le habían transmitido en casa y en la Iglesia, también se sintió defraudada por sus amigos, no se sentía querida por su entorno…; fue cuando empezó a beber, a fumar porros, a salir de marcha y a bailar compulsivamente. En ese tiempo pensaba: “Si Dios existe, me ha olvidado”. Pero Dios no la había olvidado, y entró de nuevo en su vida de la forma más inusitada, a través del cáncer.
Es decir, ¿el cáncer fue la puerta para que Elena se reencontrara consigo misma y con Dios? Sí. Podríamos decir que el cáncer ayudó a Elena a pararse y reflexionar. De repente, todo estaba en penumbra recobró su luz inicial, y comenzó a vivir la fe de una forma distinta. Su relación con la familia cambió; ahora les hablaba con dulzura, queriéndolos. Hay que decir que Elena tenía un carácter fuerte, que a veces le jugaba malas pasadas. Por eso, sus hermanos de comunidad dicen que donde más se vio el cambio de Elena fue en la humildad. El Señor la fue puliendo, quitando aristas, y modeló una Elena pequeña, humilde, a la medida de la cruz de su Hijo.
Elena tenía muchos dones naturales (era guapa, lista, tenía don de gentes…), pero seguramente todo eso no la hubiera llevado al cielo; lo que la catapultó hacia el Amado fue la enfermedad. Ella se dio cuenta, y decía que en la cruz no estaba sola, que Jesucristo estaba con ella; que ella se había encontrado con Jesucristo en la cruz.
fortaleza de mi vida y paz para mi alma
En todo este camino de fe, ¿quién la ayudó? ¿En quién o quiénes se apoyó? Ella estuvo muy asistida por la Iglesia, en concreto por su comunidad neocatecumenal, por su familia, por el padre Sevillano —su director espiritual—; tenía muchos amigos sacerdotes y monjas. Elena era muy alegre, muy simpática, muy bromista y “se daba a querer”, por así decirlo. Es impresionante la forma en que Elena vivió el último tiempo de su enfermedad, sus tres últimos meses de vida. A un matrimonio amigo, de misión en Ucrania, les escribió a través del skype: “Me han dicho que me quedan tres meses de vida. Ayudadme a ir al cielo”.
En este tiempo final su casa se convirtió casi en un santuario; los hermanos de comunidad (de dos en dos) iban a rezar con ella vísperas, casi todos los días se celebraba la eucaristía en su casa… Su familia cuenta que, en medio del dolor, ese tiempo fue como “tocar el cielo”. Porque estaban asistidos por el amor de Dios y de todas las personas que los querían.
¿Estamos ante una santa de altar? A mi forma de ver, Elena vivió la enfermedad cristianamente; luchó el buen combate de la fe y salió victoriosa. No sé si la Iglesia llegará a proclamarla santa algún día, eso no es tan importante. Lo fundamental es que para los que la han conocido —y para los que hemos sabido de ella a través de su comunidad, familia y amigos— ha sido todo un testimonio de entrega a Cristo y a los demás. Tenía mucho celo por anunciar el amor de Dios y lo hacía con una valentía inaudita, propia de los verdaderos testigos. Iba a los lugares de copas, a las plazas, al Instituto, a las casas, con su pierna ortopédica (por cierto, no había comentado que le amputaron una pierna) a anunciar a las gentes que Dios los amaba. A los jóvenes les decía: “Si supierais cuánto os quiere el Señor, no os quedaría otra que llorar de alegría”.
En el libro narra multitud de anécdotas divertidas: los santos, ¿tienen mucho humor? San Francisco de Sales decía que un santo triste es un triste santo. Realmente la alegría es un componente fundamental en todas las personas santas. Eso que nos han vendido durante siglos de que los santos van por la vida demacrados y taciturnos no es verdad. Las biografías documentadas de santos hablan siempre de ellos o ellas como personas alegres, vitales, fuertes en la fe, intrépidas… Elena tenía mucho humor. Cuando le amputaron la pierna, decía: “Ahora podré robar zapatos, porque como solo ponen uno de cada pie…” (risas). También bromeaba mucho con la pierna ortopédica, la dejaba asomando por debajo de la cama de algún amigo o familiar, y los sustos eran de campeonato.
mira hacia el cielo que ya viene tu socorro
¿Cómo se daba Elena a los demás? ¿Cuáles son sus frutos de amor? Elena aprendió a decir “te quiero” y a pedir perdón. Y pedía perdón, a veces, por cosas insignificantes. Ella estuvo viviendo unos años en casa de una familia del Camino Neocatecumenal, en Murcia; esto fue cuando estudiaba Fisioterapia en la Universidad de Espinardo. Esta familia la ayudó mucho, tuvo con ella una relación muy buena, y de ellos aprendió a decir “te quiero” con normalidad, a mostrar más el afecto y a dejar a un lado las recriminaciones. Por lo que me han dicho las personas con las que he hablado, Elena se preocupaba mucho por los demás. “Tan importante es tu dolor de uñas como mi cáncer”, le decía a una prima suya, cuando esta no quería hablarle de sus problemas porque consideraba que eran peccata minuta en comparación con lo que Elena afrontaba. Era muy maternal, muy acogedora, no hacía acepción de personas, disculpaba siempre… Le dolió especialmente que hubiera personas queridas que después de su amputación, dejaran de hablarle, pero razonaba y llegaba a comprenderlas.
A pesar de su enfermedad estuvo trabajando en Irlanda como fisioterapeuta durante cinco meses —en una clínica para minusválidos físicos y psíquicos— y en una clínica de Caravaca en agosto de 2009, cuando ya su enfermedad estaba muy avanzada. Elena se volcaba con los enfermos, con los jóvenes… A estos últimos les decía: “Apostad por el Señor. Él os dará lo que ansía vuestro corazón”. Elena siempre quiso hacer algo grande con su vida, y no se daba cuenta de que lo más grande era cómo estaba viviendo su enfermedad: con alegría, con paz, agarrada a la cruz de Cristo.
En el libro habla de unas Bodas, las de Elena con su Amado. ¿Podría explicarlo? En el libro hay una pregunta fundamental a partir de la cual, Elena empezará más que a correr, a volar en la fe… Y es la que un día le hace el P. Sevillano, movido por el Espíritu: “De parte del Espíritu te pregunto: Elena, ¿quieres ser la Esposa de Cristo?”. En ese momento a Elena por poco le da un síncope, pero el P. Sevillano aclara: “No me contestes a mí, contéstale a Él en tu corazón. Pero ten en cuenta que los esposos duermen en el mismo lecho, y que el lecho de tu esposo es la cruz”. A partir de este momento, en la mente y en el corazón de Elena estarán las palabras Bodas, Desposorio, Cruz.
También habría que explicar la forma en que Elena afrontó la muerte, ya que en esto hubo una evolución. En los últimos meses de su vida —ya desahuciada por los médicos—, debido a los dolores enormes que tenía (el cáncer le había llegado a los pulmones y se asfixiaba), Elena experimentó el miedo a renegar, a no ser fiel hasta el final, y pedía oraciones a sus hermanos de comunidad para que se mantuviese firme hasta el último momento. Después, gracias a la oración, ese miedo a no ser fiel se diluyó y mandaba correos al responsable de su comunidad en los que le decía: “Ya estoy preparada”, “ya no tengo miedo”, “sé que el Amado me está esperando”. Ella concebía la muerte como sus Bodas con el Esposo. Y así lo vivió. Por eso se eligieron cantos del Cantar de los Cantares en su funeral, y en el libro que se acaba de publicar hay detalles muy bonitos —que prefiero no desvelar— de cómo preparó este encuentro con el Amado.