«En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo”. Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: “Levantaos, no temáis”. Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: “No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”». (Mt 17,1-9)
Hoy celebramos la fiesta de la Transfiguración del Señor. Seis días antes de este acontecimiento, Pedro ha proclamado que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, y a continuación Jesús ha anunciado públicamente que Él, el Hijo del Dios vivo, va a ser entregado en manos de los pecadores, va a ser muerto y que va a resucitar al tercer día. Pedro que, escandalizado, le ha reprochado estas cosas, se ha ganado una buena reprimenda. Pues bien, en este momento y delante de sus discípulos predilectos se manifiesta en toda su gloria. Junto a Él, y en calidad de testigos, se manifiestan Moisés y Elías, representantes de la Ley y los Profetas. Se trata de todo el Antiguo Testamento que certifica la verdadera misión del Cristo. San Lucas, al presentarnos este mismo episodio aclara que la conversación que mantienen entre ellos versa sobre la misión que Jesús ha de cumplir en Jerusalén. Todo el episodio está por tanto relacionado con la Pascua de Cristo. Al final del acontecimiento se alude nuevamente a ella al recomendar Jesús a sus discípulos que no cuenten a nadie la visión hasta después de su Resurrección.
No son únicamente las Escrituras las que sostienen que la glorificación del Cristo pasa por la pasión; es el mismo Padre el que lo corrobora al pedir, como ya sucedió en el momento del bautismo del Señor, la acogida a Cristo, Palabra eterna del Padre. “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo”. Es necesario acoger a Cristo tal como es: en los momentos de gloria, como el presente, y en los momentos del padecer, porque estos mismos discípulos que ahora se encuentran tan bien aquí viendo la gloria de Cristo, en el momento de la prueba, se dormirán, le abandonarán y le negarán. Solo uno de ellos permanecerá junto a la cruz.
Hay que entender, por tanto, la Transfiguración del Señor en su contexto más amplio. No se trata de un momento fugaz en la vida de Jesús y en la experiencia de los discípulos, sino el estado verdadero del Hijo del Hombre, solo que su glorificación pasa necesariamente por la pasión y la cruz. De este modo traza el camino para todo discípulo, ya que el discípulo es como su maestro. Todos estamos llamados a la plenitud de la gloria, pues el mismo Jesús repetirá hasta la saciedad que Él ha venido para que el hombre tenga vida y en abundancia. Pero la glorificación pasa necesariamente por la prueba, ya que en la condición pecadora del hombre es inevitable la oposición, la confrontación, el combate y el sufrimiento. No obstante, en todas estas luchas no debemos perder de vista la gloria a la que Dios nos llama. La seguridad de este don debe confortarnos en los momentos difíciles y mantener viva nuestra esperanza, puesto que como anuncia el profeta, en medio de las pruebas, el justo vivirá por la fe. Esto es lo que no debían de haber olvidado los tres discípulos; solamente Juan se mantuvo firme en la prueba porque seguramente guardó en su corazón esta palabra.
Ramón Domínguez