«El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del Líbano:
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios;
en la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
mi Roca, en quien no existe la maldad».
Tomo hoy el bolígrafo para que mis palabras, al estamparse en el blanco papel, sirvan de perpetua alabanza al Dios de la Vida y de homenaje a las personas decanas en años. «Señor, dame a conocer mi fin y cuál es la medida de mis años, para que comprenda lo caduco que soy» (Sal 39,5). Echar a caminar por la senda de la edad avanzada, esa gran desconocida que todos llevamos dentro como un punto de llegada a una realidad humana inaplazable, es una dicha para vestir de largo el corazón. Escribir es ya una manera de ocuparse de ella.
La vejez no debe ser interpretada como algo negativo, sino como un modo existencial, como lo es cualquier otra etapa de nuestra vida. Cada trecho del camino tiene su belleza y sus tareas. Saber envejecer es la obra maestra de la sabiduría. Tres regalos nos da de Dios: libertad, tiempo y silencio. La preparación para la vejez debe ser una manifestación de alegría, un florecimiento de la vida, una apoteosis, y no un declive.
No hay que confundir los términos viejo y anciano, que en numerosas ocasiones utilizamos indistintamente. Viejo se refiere a la edad biológica; anciano a las atribuciones humanas (dignidad, sabiduría, sensatez). Hegel hablaba de las “cualidades del espíritu” y Rousseau decía que el anciano es quien porta el “espíritu de su tiempo”. El viejo tiene achaques y el anciano experiencias. El primero es raro, extravagante, gruñón y egoísta, el segundo es discreto, prudente, previsor, militante, luchador, voluntarioso y esperanzador. El viejo es censor de la juventud, el anciano es guía y maestro. La vejez se teme; la ancianidad se venera. Un viejo puede ser ruin; el anciano es siempre virtuoso, ejemplar.
Sin embargo, así como hay jóvenes viejos, también hay ancianos jóvenes. Bien señala Schopenhauer que “la vejez no solo es un proceso biológico, sino también un estado mental, espiritual, una actitud ante la vida”.
en la juventud me instruyes, en la vejez y las canas me cuidas
Lamentablemente, la vejez es vista como algo muy lejano. Existe poca toma de conciencia y mucho desconocimiento sobre qué será de nuestra vida con el paso de los años. En mis años acumulados junto a los más variados grupos de veteranos he aprendido a mirar sus rostros, a comprender sus modos y a sentir sus afectos y emociones. Sus voces esclarecen el presente. He gozado de su madurez y ciencia acumulada. Su experiencia es riqueza; y sentirse útil a los demás, su satisfacción plena.
La vida tiene su curso determinado; uno solo es el camino que la naturaleza sigue. A cada etapa de la vida se le ha asignado su tiempo propio y así la vejez posee su madurez actual, que a su debido tiempo fructifica.
Tanto para el corazón como para la razón, no cabe duda de que esta etapa de la vida contribuye de una forma singular a la búsqueda de Dios y del prójimo.
Sobre las personas mayores hay un universo de ejemplos y miles de postales de la cotidianidad. Cito como ejemplo ese cambio en nuestro mundo renovado, donde los abuelos, ya sentados en el umbral del tiempo e instalados en el gozo del júbilo, tras su larga etapa laboral, brindan —siempre dando razón de su acumulado cariño— crecidos servicios a los hijos, levantando la fortaleza, rememorando las habilidades maternas y paternas del ayer y ensayando las nuevas consignas del hoy, en el cuido de los nietos. ¡Qué gratificante y primorosa tarea!
También debo escribir, y hacerlo dignamente, de los prejubilados y jubilados que no quieren vivir a la sombra de la gran demanda social del momento que nos pone frente a tantos interrogantes y despierta en ellos un ansia de colaboración, de mostrar experiencias y abrirse a cuestiones esenciales de voluntariado. Otros llevan a cabo una reflexión profundamente cristiana y descubren una nueva oportunidad para mejorar su relación con los demás. Para los liberados que no ocupan su tiempo, que abran las puertas: ellos son dignos acreedores del merecido descanso y júbilo
mejor es la sabiduría que la fuerza
Mientras hablo de los ancianos que dedican todos sus esfuerzos para alcanzar la plenitud, la salvación, no puedo dejar de dirigirme a “mis hermanos del alma”, los Sacerdotes Operarios Diocesanos, particularmente los que residen en el Hogar Mosén Sol, que hacen de tan alto quehacer un segundo ministerio, don divino reservado a los elegidos, viviendo siempre de cara al corazón, ignorando el tiempo y la prisa y hablando con Dios todos los días. Edad, sacerdocio y pesares de salud: sencilla y hermosa lección.
En la Iglesia primitiva, los ancianos desempeñaron un papel central, pues refirieron verbalmente lo que habían visto y oído de los apóstoles y discípulos de Jesús. Las formulas que los eclesiásticos emplearon para referirse a ellos fueron: “uno de nuestros sabios”, “instruidos por los discípulos de los apóstoles”,”mejor que nosotros”, “los presbíteros que han visto a Juan”, “los instruidos”, “el divino anciano y heraldo de la verdad y justicia”. (Debo aclarar que la palabra presbítero no es sinónimo de sacerdote, sino que hace referencia al sentido original de la voz griega «presbyteros,» que significa anciano, más antiguo).
Recordamos algunas reflexiones que el Beato Juan Pablo II dirigió en el año 1999 a los ancianos:
“El don de la vida, a pesar de la fatiga y el dolor, es demasiado bello y precioso para que nos cansemos de él”… “La experiencia enseña que, con la gracia del Señor, los mismos sinsabores cotidianos contribuyen con frecuencia a la madurez de las personas, templando su carácter”… “Cristo vivo, ayer, hoy y siempre: Él es «principio y fin, alfa y omega. Suyo es el tiempo y la eternidad». La existencia humana, aunque está sujeta al tiempo, es introducida por Cristo en el horizonte de la inmortalidad. Él «se ha hecho hombre entre los hombres, para unir el principio con el fin, esto es, el hombre con Dios”.
Es bien conocida la oración del salmista: «Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato» (Sal 90,12). ¡Hay tantos motivos que iluminan los años de nuestra vida por los que debemos dar gracias a Dios y valorar plenamente los años que nos quedan por vivir! Casi con místico sigilo y sin atreverme a meterme en honduras teológicas, no hago más que disfrutar con más cercanía de Dios y seguir el alto ejemplo de mis hermanos de edad avanzada. Este es mi gozo.
Tomo prestado de don Bernardo Velado, estos versos libres que se rezan en la Liturgia de las Horas:
Tarea y aventura:
entregarme del todo,
ofrecer lo que llevo,
gozo y misericordia.
Soñar, amar, servir,
y esperar que me llames,
Tú, Señor, que me miras,
Tú que sabes mi nombre.
El tiempo corre y yo salgo a Tu encuentro, Señor de la Vida, para implorarte: Ayúdame para que siga siendo útil a los demás.
1 comentario
me toca el corazón y la cabeza este artículo tuyo, Miguel.
A veces me peleo con los años y las limitaciones.
Un beso, hombre de Dios.
lo he compartido en FB