Mis amigos saben que soy católico porque ser cristiano te hace diferente del resto; no por ser mejor persona, sino por ver las cosas de una forma distinta. Ser cristiano no es un “buscar sentirse bien” ni anhelar el equilibrio; para eso nos hacemos budistas o nos iniciamos en la filosofía zen. Y tampoco ser cristiano es ser buena persona. Buenas personas hay muchas en este mundo.Yo no soy buena persona (no siempre lo soy) y tengo amigos mejores personas que yo.
Estas “buenas personas” viven su vida, no se meten con nadie, llevan una existencia normal y se entregan y preocupan al máximo por los demás. Son responsables, trabajadores, coherentes con sus actos e interesados por solucionar los problemas de la sociedad. Unos no creen en Dios ni en la trascendencia, otros no lo niegan, pero tampoco se llaman a sí mismos cristianos, bien porque no se identifican con Cristo, bien porque no lo necesitan.
obras son amores
Entonces, ¿qué es ser cristiano? Ser cristiano es experimentar que Dios te ama. Y esto implica mucho más que una sencilla frase, porque el amor no es un sentimiento, el amor es acción. Si tú quieres a una persona, no basta con decir “te quiero”, sino que debes demostrárselo en el día a día con obras que hablen de ese amor o, de lo contrario, es una mentira.
Así pues, decir que “Dios me ama” implica afirmar que Dios me lo ha demostrado, y si es capaz de obrar, entonces Dios es una “persona” (con sus facultades: pensamiento, voluntad y memoria), lo cual a su vez niega que sea una “energía inmaterial” que rodea o impregna el universo, puesto que la energía no puede amar. Evidentemente la luz de la bombilla de mi habitación no me ama, no puede ni podrá hacerlo jamás.
Ahora bien, ¿por qué es tan difícil para la gente, para las buenas personas, aquellas realmente buenas y entregadas por los demás, aceptar el mensaje del cristianismo y hacerlo suyo?
La respuesta hoy la encuentro en un acontecimiento que tuvo lugar hace muchos años. El Evangelio cuenta que estando una vez Jesús con sus discípulos se le acercó un joven y le dijo: “Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener la vida eterna?” ( para ser feliz desde hoy y para siempre ); a lo que Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas bueno? Solo Dios es bueno… ya sabes los mandamientos: no mates, no robes, no cometas adulterio, honra a tu padre y a tu madre…”. El joven le contestó: “Maestro, todo esto lo he venido cumpliendo desde mi juventud”, Jesús le miró tiernamente y le dijo: “Entonces una sola cosa te falta, anda, y todo cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el Cielo, luego ven y sígueme”. Pero el joven, abatido por estas palabras, se marchó entristecido porque tenía muchos bienes (ver Mc 10,17-22).
sólo lo que hace bueno al hombre puede hacerlo feliz
No se puede negar que a Jesús se le acerca una buena persona. Se trata sin duda de un joven coherente y responsable en todas sus acciones. Pero ¿por qué se dirige a Jesús? En primer lugar, porque era joven y como tal se plantea el sentido de todo lo que hace. Si fuera viejo, seguramente habría sido vencido por el nihilismo: “la felicidad no existe”; o por el conformismo: “quédate con lo que tienes y no pidas más”. Pero la juventud es la etapa de buscar respuestas que marcarán el resto de la vida.
Como joven se dio cuenta de que a pesar de hacer buenas obras, no era del todo feliz. Algo le faltaba en la vida. Justamente esa chispa que tantas veces sentimos que no tenemos, y que no alcanzamos ni con la carrera universitaria, ni con los estudios, ni con el dinero, ni con la familia, ni con el noviazgo… No somos plenamente felices, es decir, no disfrutamos de esa “vida eterna” de la que habla Jesús y no sabemos por qué. Está claro que algo falla; pero ¿qué?
“Jesús le miró –dice el Evangelio– y le amó”. Le miró con ternura. Una buena persona, pensaría para sus adentros. Y le dijo —como también te lo dice a ti— que, si realmente quería ser feliz y tener la vida eterna, dejara caer sus razonamientos, como esos de que “es imposible que Dios exista y que todo cuanto me dice sea verdad”. También le dice a él y a ti que dejes caer tus afectos: “Si te hago caso, me rechazarán por ser cristiano, seré un bicho raro, nadie me querrá”; que abandones tus egoísmos —“Pero yo quiero hacer mi vida, quiero tener mi dinero, mi coche, mi casa”— y optes por seguir a Cristo, ser cristiano y vivir como Él y para Él. Porque sólo arriesgando es como se puede saber si algo es o no cierto. No se puede conocer de antemano el sabor de un alimento, si no te arriesgas y lo pruebas. Igualmente no se puede saber si alguien te quiere, si nunca te lo ha demostrado de alguna forma.
sin amor el rico es pobre; con amor el pobre es rico
“Pero el joven se fue, triste, porque tenía muchas riquezas”, termina diciendo el Evangelio, y eso le pasa a la mayoría de estas buenas personas que, haciendo todo lo posible por ayudar a los demás, no terminan de dar el paso definitivo de vivir en Cristo y para Cristo. El miedo al rechazo, a la incertidumbre de perder la libertad, a la responsabilidad de vivir conforme vivió Cristo y no según los instintos y deseos propios hace que finalmente estas buenas personas se conformen con su vida y crean que el cristianismo es una utopía imposible de alcanzar, una comedura de coco u otro camino más para auto-convencernos de que somos felices.
Pero hay una raíz más profunda todavía: la incredulidad. ¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Jesús con estas palabras no le está corrigiendo, no le ha dicho: “Eh, cuidado, que yo no soy bueno”, sino que le está diciendo: “¿Sabes realmente lo que implica llamarme ‘bueno’ a mí?” Si sólo Dios es bueno y Cristo es “el Maestro Bueno”, es que Cristo mismo es Dios: ¿crees esto?
Esa es la raíz de la aceptación o el rechazo del cristianismo, ¿crees, realmente, que Cristo es Dios? ¿Crees, sinceramente, que Dios te ha amado tanto que se ha hecho hombre y ha muerto en la Cruz por ti, para demostrarte que te quiere sin darte lugar a dudas? Si el joven rico del siglo XXI lo hubiera creído, en vez de irse, le habría seguido. Hubiera aceptado su mensaje, a pesar de las dificultades y de las dudas que pudieran surgir.
Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de los Cielos; “pero lo que es imposible para los hombres es posible para Dios” (Mc 10,23-27).