Subiendo Jesús a Jerusalén, tomando aparte a los doce, los dijo por el camino: “Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del Hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte, y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoren y lo crucifiquen, y al tercer día resucitará”. Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: “¿Qué deseas?”. Ella contestó:” Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a la derecha y el otro a tu izquierda”. Pero Jesús replicó:” No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?”. Contestaron: “Podemos”. Él les dijo: “Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre”. Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los dos hermanos. Y llamándolos, Jesús les dijo:” Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes lo oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir, y dar su vida en rescate por muchos” (San Mateo 20, 17-28).
COMENTARIO
Jesucristo se identifica aquí, por dos veces con el Mesías, el Hijo de Dios, el Ungido del Padre, utilizando un concepto mesiánico de “Hijo del Hombre”, que es empleado por primera vez en la Escritura en el capítulo 7 de Daniel.
Y es muy reveladora la postura de los Apóstoles en su camino a Jerusalén: sin hacer caso de la profecía de Jesús, de su muerte y resurrección, diríamos, sin inmutarse, sin preguntar…piensan en su posible ascensión a puestos de relevancia en el futuro Reino de Dios, que ni siquiera conocen.
Es muy humana esta actuación, que nos suena demasiado cercana: posiblemente nosotros, en aquellas circunstancias, hubiéramos actuado igual. Y tanto Santiago como Juan se arropan con su madre. Así, piensan, tendremos más fuerza ante Jesús, para conseguir su propósito. Las madres, siempre las madres, buscan lo mejor para sus hijos. No es reprochable su petición, habida cuenta de que cualquier madre actuaría así.
Cualquier madre que no fuera consciente de la realidad de esa situación concreta. A lo largo de la Escritura ya no aparece más esta persona. En el transcurso de su vida, seguro que maduraría en la fe, en su camino a Jesús. Y Él, en vez de reprochar su petición, se conforma con un: “…no sabéis lo que pedís…”
Jesús les pregunta por “beber el cáliz”. Expresión enigmática. En esos momentos su pensamiento está nublado por la codicia de alcanzar un puesto mejor. Como buenos israelitas conocerían de sobra las Escrituras y en el Salmo 115 habrían cantado: “… ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su Nombre…” Y es esta “copa de salvación” el Cáliz de donde el Señor, desde la Cruz beberá hasta las heces de su martirio. No entendían. Jesús les pregunta si están dispuestos, si son capaces, y contestan “sí”. Contestarían “sí” a cualquier cosa que les hubiera propuesto.
Nueva profecía de Jesús: “…el cáliz lo beberéis…” Es decir: seréis glorificados con la corona del martirio, que es lo que significa “beber el cáliz”. Y les recuerda que el protagonista de todo es el Padre. Él mismo dirá muchas veces que actúa y dice lo que el Padre le indica, haciendo su Voluntad hasta la muerte. Por eso, el puesto a un lugar u otro lo designa también el Padre, en una obediencia total.
Naturalmente los otros diez se revelan ante esta situación. Y digo “naturalmente”, porque es la reacción natural de un ser humano que aún no ha recibido la revelación de Dios. Y Jesús va con paciencia amasando el corazón de sus discípulos, y, por ende, de todas las generaciones futuras. El que quiera ser el primero sea su servidor.
Con razón dirá Pedro en su Carta: “…tened presente que la paciencia de Dios es la garantía de nuestra salvación…” (2 Pe, 3,15)
Y pone su propio ejemplo; nuevamente “el Hijo del Hombre” ha venido a servir y no a ser servido. De ahí que San Pablo, años más tarde diga a los Filipenses: “…Cristo, a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos…” (Fp 2).