Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas.» Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (San Mateo 16, 13-19).
COMENTARIO
Estos dos grandes apóstoles que la tradición ha unido por su martirio en Roma, son instrumentos de elección para fundar y extender la Iglesia hasta los confines del orbe. San León Magno dice que Dios los puso como los dos ojos del cuerpo cuya cabeza es Cristo.
La institución y el carisma, se complementan y se necesitan mutuamente, como el sacerdocio y la profecía a través de toda la Historia de la Salvación. Cristo es sacerdote y profeta para el mundo, como lo fue también para Israel, y por él, también la Iglesia que es su cuerpo comparte su misión. Pedro y Pablo nos hacen visible de forma muy especial este doble aspecto de la misión de Cristo y de la Iglesia. También al interior de la Iglesia de la que Cristo es cabeza, Dios suscita la jerarquía para gobernarla y santificarla y los carismas para renovarla. Esta fiesta, por tanto, viene a iluminar nuestra llamada en función del mundo y al interior de la Iglesia, a través de estos dos grandes apóstoles Pedro y Pablo.
Ambos conocieron el amor y el perdón de Cristo como nosotros: uno al negarlo y el otro al perseguirlo, y ambos le amaron después hasta la entrega de su vida. Ambos encontraron la Verdad que es Cristo; predicaron lo que habían conocido; vivieron lo que predicaron y murieron por la Verdad que habían recibido, amando a Cristo. Sus vidas son todo un programa para nosotros, a quienes el Señor ha llamado a conocerle por la fe, anunciarle, vivir por él y perder por él nuestra vida.
Pedro por inspiración de Dios va a recibir el «primado» en la proclamación de la fe en Jesús de Nazaret: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, fe sobre la que se va a cimentar la Iglesia, y va a recibir de Cristo la promesa también del primado en el gobierno de la Iglesia misma.
Pablo recibirá del Señor la fe, la misión y las gracias necesarias para el combate de la fe, que le conducirán a la meta de la vida eterna derramando su sangre como sacrificio (cf. 2Tm 4, 6-7), a través del camino de los gentiles (cf. Ga 1, 16).