Carta a mi Señor
Algunos no le conocen bien y se dejan engañar. Y sin embargo, es fácil reconocer su marca allí donde haya división y separación. Es su cometido, su arma y su meta. Para ello, se vale de todo, todo le sirve. Se vale de la calumnia. De la mentira. De la ficción.
Se vale del culto religioso, de las mil piedades y de las manifestaciones devotas, sencillas o elaboradas, tan a menudo tergiversadas o manipuladas. Se vale de ti, Señor. Y de tu Casa. “Es el encizañador, el que procura siempre dividir a las personas, a las familias, a las naciones y a los pueblos”, dice el Papa.
Se vale especialmente de los incautos, a veces buenos, a veces bobos. Se vale -¡y qué bien!- de los envidiosos, de los que saben que nunca llegarían a ciertas alturas y por eso se agarran a los pies y tiran ferozmente de los que están más arriba, por poquito que sea. Se vale de los ambiciosos, ávidos de poder y de posibilidad de controlar, sin dotes para ello.
Le obsesiona dividir, desunir, crear y ahondar brechas, cavar zanjas. Sabe muy bien que cuanta más separación, más posibilidades tiene de mantenerse por encima. Por encima aunque sea de polvo y nada, enseñoreado sobre miseria. Actúa como bienhechor y manipula con destreza a los que se benefician de sus artes para arrojarlos unos contra otros. Sabe que si consigue separar y dividir lo suficiente, está seguro.
Le aterra ver unión y concordia, acuerdo y apoyo mutuo. Utiliza el secretismo y confiere poderes a sus confidentes, a los que da a conocer nimiedades al mismo tiempo que los convence de lo importantes que son. Une a los que jamás se unirían para separarlos de otros y conseguir sembrar desconfianza entre todos (¡arma certera y poderosa!), para beneficiarse de lo que le cuentan en sus habladurías, con las que piensan escalar puestos.
A los que son honestos los gana con lisonjas y prebendas, a los envidiosos, con promesas de lo que los demás no tienen. Son muy buenos aliados suyos los inconstantes, los que hoy simulan amor y al día siguiente muestran desprecio.
Aprovecha los momentos de dolor y de tristeza, cuando somos más débiles y frágiles, cuando nos duele alguien querido o la pérdida del sueño más acariciado, cuando el horizonte es oscuro y la alegría está lejos, para arrojarnos a la división.
Así trabaja el Gran Separador desde los comienzos de nuestra historia en la tierra. Y a menudo me pregunto cómo no hemos aprendido lo suficiente para desbaratar sus perversos planes cuando tanto dolor y tanto fracaso hemos sufrido escuchándole. Porque antes o después, consigue separar y dividir.