En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo.
Os he hablado de esto, para que no os escandalicéis. Os excomulgarán de la sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí.
Os he hablado de esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho» (San Juan 15, 26-16,4a).
COMENTARIO
La liturgia nos presenta hoy este pasaje del evangelio de San Juan, que pertenece al discurso- despedida de Jesús después de la última cena.
Cuando haya venido a ellos el Espíritu Santo se darán cuenta de la trascendencia de haber creído en Jesús como Mesías hijo de Dios, y estarán preparados para dar testimonio. Jesús les avisa os echarán de las sinagogas, este era un terrible castigo para un israelita, y lo que es peor, “los que os rechacen y persigan pensarán que dan culto a Dios”. Pablo guardará más tarde la ropa mientras apedreaban a Esteban y en su fe de fariseo fiel, creía que hacía un gran servicio a su exigente Dios, con la persecución a los seguidores de la recien nacida secta del Nazareno. “Y esto lo harán porque no han conocido al Padre ni a mí”.
En los evangelios de estos días hemos visto a Jesús asegurar a Felipe y a Tomás su identidad con el Padre, y se nos ha recordado muy oportunamente cómo, ante la insistente pregunta de fariseos y doctores de la ley de que les diga de una vez, si es el Mesías, él contesta con un rotundo “sí lo soy” capaz de haberlos estremecido, si no hubieran tenido el corazón tan endurecido y los ojos cegados. Jesús es uno con el padre, y aquí empieza, con las palabras sobre el Espíritu Santo a revelarse al Dios trinitario.
El papel del Espíritu Santo es magnificado y engrandecido por Jesús en estos momentos cercanos a su marcha. Su misión, que no ha dejado de estar presente en el antiguo testamento, quedó desdibujada por el sentido práctico de los narradores de la historia del pueblo judío. La figura de un Dios poderoso, autoritario y paternal que les guía y reprende, es aceptada con más facilidad, a pesar de las repetidas rebeldías, pero como pueblo no están preparados ni espiritual ni intelectualmente para descubrir la suave y benéfica misión del Espíritu en toda la obra divina. Y mucho menos reconocer que la puesta en marcha del plan de Dios en lo íntimo de cada ser humano, se lleva a cabo mediante el suave y continuado soplo del Pneuma en nuestra alma. “El fruto del espíritu es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre.” (Ga 5, 22-23) Apetitoso bagaje para emprender con éxito cualquier tarea humana. Y me gusta especialmente la presencia de la alegría en este lote, porque encontramos “gente de iglesia” a los que toda risa o broma les parece frivolidad, dispuestos a mirar con severidad al prójimo y con el gesto perennemente adusto de quien lleva sobre sí la pesada carga de su piedad.
Los apóstoles, después de la resurrección a pesar del desconcierto y la frustración van comprendiendo lo que Jesús quería de ellos. Ahora todo ha cambiado: a causa de su fe van a ser lanzados a un mundo hostil, pocos y desarmados. Todavía tienen dudas, pero cuando baje el Paráclito se sentirán llenos de fuerza y responderán valientemente, como nos narran Los Hechos (4,8) después de la resurrección, hasta llegar a dar la vida por su fe. Cómo comprender a los mártires sino con esta actuación del Espíritu Santo. “El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; más el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8, 26).
Nosotros vivimos la fe con comodidad y exigimos ante las críticas el derecho de libertad religiosa y de expresión, pero existe un desprecio hacia nuestra creencia en muchos ambientes y es incluso intelectualmente bien visto anteponer a los argumentos el no practico, o el soy agnóstico.
Aquí está profetizado por Jesús, como un “aviso a navegantes” y el cristiano sigue siendo motivo de persecución y martirio en muchos lugares del mundo.