“Tobías frotó los ojos de su padre con la hiel del pez. Aguardó cosa de media hora y empezó a salir de sus ojos una telilla blanca, como la cáscara de un huevo. Tobías la cogió y se la extrajo de los ojos, y así recobró la vista .Entonces él, su mujer y todos los vecinos glorificaron a Dios. Tobías, dijo: -Te bendigo, Señor, Dios de Israel, que si antes me castigaste, ahora me has salvado y puedo ver a mi hijo Tobías” (Tob 11, 11-15).
Es conocido el relato bíblico que narra la vida de Tobías, israelita piadoso, que mientras estaba en el exilio, se expuso a ser castigado por enterrar a sus compatriotas. Y un día, agotado de fuerzas, se sentó y le cayó en los ojos un excremento de golondrina, y quedó ciego. Todo parecía conjurarse contra el anciano, y hasta recibió respuestas violentas de su propia mujer. Nada cuadraba. ¿Cómo un hombre justo y piadoso podía sufrir tanta desgracia?
Pero la historia no acaba en un día, y narra cómo el hijo del anciano, llamado como su padre, siguiendo el consejo del Arcángel Rafael, tomó la hiel de un pez, frotó los ojos ciegos de Tobías, quien recobró la vista. Esto fue motivo para que reconocieran la acción de Dios y su misericordia. De no haber sufrido Tobías el accidente de la ceguera, quizá nunca habría gustado la intervención prodigiosa del enviado de Dios, y la experiencia de gracia, que superó con mucho el tiempo penoso en el que no podía ver. ¡Cuántas veces sucede en el trayecto personal que aquello que se creía adverso, se convirtió en motivo de propio conocimiento, por el que se alcanzó la sabiduría!
Con el salmista, es momento de cantar: “Alabaré al Señor mientras viva, tañeré para mi Dios mientras exista. Que mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos, que da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos. El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan” (Sal 145). No se puede pedir la prueba de manera inconsciente o pretenciosa, presumiendo de fuerza para superarla. Pero tampoco se debiera perecer en la crisis, si se tiene en cuenta el proceso que nos narra la Palabra y al ver cómo terminó la historia de Tobías.
Una enseñanza que se desprende de esta historia, y es muy útil para el discernimiento, es que el dolor y la aparente desgracia no son por sí mismos fruto del pecado o de la ofensa a Dios, sino que, como dice Jesús en el evangelio, hay situaciones que acontecen para que Dios mismo sea glorificado. “¡Alaba, alma mía, al Señor!”
Ángel Moreno.