“Dijo Jesús a sus discípulos: “Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a la que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas” (San Lucas 21, 12-19).
COMENTARIO
Estamos en pleno discurso escatológico, es el anuncio de la Parusía, la segunda venida de Jesús a la tierra de los hombres, pero antes de eso tendrán que ocurrir muchas cosas, y entre estos hechos previos, Jesús relata a sus discípulos las persecuciones que sufrirán por causa de su nombre. Jesús nos habla del final del mundo con un gran alarde de hechos, decisivos, profundos y misteriosos que exceden de las posibilidades de nuestra imaginación, y es verdad, que todo lo que es materia tiene fecha de caducidad, pero en cualquier caso, antes o después, así acontecerá primeramente con nuestra propia existencia, con nuestro propio cuerpo, con nuestra propia vida, que es lo que realmente nos importa para la salvación de nuestra alma inmortal.
En definitiva, el fin del mundo es un hecho cuya dimensión y circunstancias nos exceden y nos superan, y a fin de cuentas, si tal hubiera de ocurrir en el corto espacio de nuestra propia existencia finita, no debiera preocuparnos tanto en cuanto tal hecatombe universal, que será la que Dios quiera, en la fecha ya tiene fijada, y que solo Él conoce, sino, en la medida que ello ha de suponer, también y por supuesto, el final de nuestra vida, y en definitiva, nuestro fin del mundo particular.
Y en medio del holocausto que sobrevendrá, y de las guerras, revoluciones, grandes terremotos, hambres, pestes, fenómenos espantosos, signos en el cielo, y falsos profetas que tratarán de suplantarlo, Jesús nos pide a los creyentes que no tengamos pánico, pues “ni un solo cabello de nuestra cabeza perecerá”, y les dice que, “con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.