Vivimos en una sociedad sin Dios que busca llenar ese gran hueco que esta decisión le ha provocado en su interior. Dios es el que da el sentido a la vida del hombre; El que ilumina el porqué de los acontecimientos diarios y cómo estos forman parte de un diseño de amor y que te proyectan fuera de ti mismo hacia los demás. Para un cristiano, el mero hecho de vivir, ya es un triunfo, porque mira a su alrededor desde el agradecimiento. El cristiano ha descubierto que no se le debe nada, sino que debe absolutamente todo porque ha sido rescatado gratuitamente de la esclavitud en la que vivía.
Lamentablemente la Iglesia, vive en este mundo que busca el éxito como justificación de su existencia. “El fin justifica los medios”, piensa este hombre autónomo que no tiene más vida que esta y que tiene que exprimirla hasta obtener de ella la última gota de satisfacción. ¿A dónde quiero llegar? Me preocupan las grandes manifestaciones. El querer demostrar que somos muchos los que nos declaramos cristianos. El gran éxito de la JMJ. Nos gusta enseñar todo lo bueno que hacemos. Hacemos publicidad de todo lo que hace la Iglesia con números incluidos. La solución ante la injusticia: una manifestación. Competimos algunas veces con los los indignados, los sindicalistas y los políticos que no tienen otras formas de llegar a la sociedad.
Me preocupa, ya que esta es la mentalidad de Judas. Era feliz cuando Jesús mostraba su poder y hacía milagros públicamente y cuanta más gente, mejor. Cuando los demás veían que acompañaba a un líder mediático, era un hombre satisfecho. Era práctico, ya que el dinero no estaba para malgastarlo en perfumes, sino para los pobres. Y sin embargo… lo entregó. Y sus compañeros, que estaban encantados de acompañar al Mesías y que discutían sobre quién se sentaría con Él a la derecha o a la izquierda, le negaron y huyeron al ver la cruz.
El triunfo de la Iglesia se ve cuando un cristiano ─nos enteremos o no─ entra en la cruz y se cree que Dios ─en ese acontecimiento─ está mostrando su amor. El triunfo del cristiano es dar su vida sin enterarse ni él mismo de lo que está haciendo. Es “estar sin ser”.
Todo esto lo estoy viviendo en este tiempo Pascual. Siempre me veo incapaz de celebrar estos 50 días en los que “hay que estar alegres…” “no se puede ser negativo…” “no se puede castigar..” Tantas veces vivir el tiempo pascual desde el “tener que” te lleva a la frustración… Llegas a la Eucaristía, ves la asamblea y la mesa con tanta belleza y, ahí tienes al demonio, enseñándote lo que tú realmente eres. He descubierto que tanto incienso, vestidura blanca y cantos de exultación, me han hecho perder de vista el tiempo pascual que vivieron los apóstoles.
El tiempo pascual de los apóstoles fue para ellos, esa experiencia profunda de verse amados por Jesucristo en su realidad de debilidad, de cobardía. Fue contestar tres veces a Jesucristo a la pregunta de ¿me amas? Fue descubrir que a pesar de las apariciones de Jesucristo Resucitado ellos continuaban escondidos por su miedos; aquellos, a los judíos y yo, a no ser, a que no me quieran, que no me valoren, que hablen mal de mí, que no me adulen ¿sigo?
El éxito del cristianismo es que este tiempo pascual nos ayude, nos sirva para prepararnos a disponer nuestra vidas al Espíritu Santo que rompa las puertas de nuestros miedos y construya matrimonios, sacerdotes, hombres y mujeres religiosos, solteros y solteras, viudos y viudas santos, que desde la libertad, estén dispuestos ─por amor─ a dar su vida, a coger la cruz de cada día y a seguir a aquel que nos ganó por haber tenido éxito clavado en una cruz, un viernes a las tres de una tarde gris ─según dicen─ al lado de unos malhechores, ante un pequeño grupo de mujeres y de unos soldados que cumplían las órdenes del poder político, presionado por el poder religioso hebreo que solamente buscaban el éxito personal.