Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre. «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho (San Juan 14, 15-16.23-26).
COMENTARIO
Evocamos hoy la efusión del Espíritu Santo: El que narra el Evangelio de Juan cuando Cristo resucitado sopla sobre los apóstoles, y el que el Evangelio de Lucas presenta solemnemente en los Hechos de los Apóstoles, cuando nace la Iglesia al recibir su alma desde lo alto. Con la fuerza del Espíritu comienza el anuncio de la Buena Noticia a todas las gentes que se reúnen en un solo corazón.
En este domingo, la palabra está llena de contenido. Aparece la comunidad cristiana unida por el amor, como una consecuencia de la obra realizada en ellos por Cristo: Los discípulos incorporados a la comunión del Padre y el Hijo, reciben el Espíritu Santo, el don de la paz, y la alegría, y son investidos del “munus” de Cristo para perdonar los pecados, incorporando así a los hombres a la comunión con Dios. Esta será su misión, de comunicar el amor de Dios que les ha alcanzado en Cristo.
Guiada por el Espíritu la Iglesia es conducida al conocimiento profundo del Misterio de Cristo y permanece atenta a sus inspiraciones. Por él los fieles claman a Dios: “¡Abba!, Padre, y proclaman a Cristo como Señor. Él adoctrina a los apóstoles, inspira a los profetas, fortalece a los mártires, instruye a los maestros, une a los esposos, sostiene a los célibes y a las vírgenes, consuela a las viudas, y educa a los jóvenes. De él proceden la caridad y todas las virtudes.
Mediante el don del Espíritu, el hombre tiene acceso al Reino de Dios y es constituido miembro de Cristo, unido a su misión y fortalecido ante las adversidades.
La obra de Cristo en nosotros, ha comenzado por suscitarnos la fe, y concluye con el don de su Espíritu. Él será quien guie la existencia y la misión de los discípulos, unidos definitivamente a Cristo.
Cristo ha sido enviado por el padre para testificar su amor y para que a través del Espíritu, recibiéramos la vida nueva para nosotros y eterna en Dios, de la comunión de su amor: “Un solo corazón, una sola alma”, y unidos en la esperanza de la fe, que obra por la caridad. Así, visibilizando el amor que derrama en nosotros el Espíritu Santo, testificamos la Verdad que se nos ha manifestado y el mundo es evangelizado para alcanzar la salvación.