En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; al que me ama será amado mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».
Le dijo Judas, no el Iscariote: «Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?»
Respondió Jesús y le dijo: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho» (San Juan 14, 21-26).
COMENTARIO
Cada sesión del Concilio Vaticano II comenzó con la oración Adsumus Sancte Spiritus, las primeras palabras del original latino que significan: «Estamos ante ti, Espíritu Santo», que se ha utilizado históricamente en Concilios, Sínodos y otras reuniones de la Iglesia durante cientos de años, siendo atribuida a San Isidoro de Sevilla (c. 560 – 4 de abril de 636). Al ser llamados a abrazar este camino sinodal del Sínodo 2021-2023, esta oración invita al Espíritu Santo a actuar en nosotros para que seamos una comunidad y un pueblo de gracia. Inmersos en este aliento pascual de la “sinodalidad” venimos orando, cada día, al terminar la celebración de la Eucaristía, esta bellísima oración al Espíritu Santo para que nos ayude a vivir nuestra vocación cristiana en comunión y participando activamente en la misión de la Iglesia.
El Señor nos dará su Espíritu Santo, ya no temáis, abrid el corazón: Él nos dará todo su amor. Así reza una de las canciones que, solemos cantar en este tiempo de Pascua, en el momento de la comunión. Sí, junto a Jesús Resucitado, el Espíritu Santo es el Otro gran protagonista de la Pascua del Señor, es su fruto más vital y fecundo. Jesús que en la cruz entregaba el espíritu al Padre, es el mismo que, una vez Resucitado, nos lo dona diciendo: Recibid el Espíritu Santo. Él, es el gran testigo de la Pascua; Él, que procede del Padre y del Hijo, es el Espíritu de la Verdad y nos adentra en el misterio de Dios revelándonos el rostro amoroso del Padre, también, nos ayuda a comprender la personalidad de Jesús el Cristo: cómo las Escrituras se han cumplido en Él; cuál era el sentido de las parábolas, de sus actos, de sus señales, todas las cosas que los discípulos no habían comprendido anteriormente. Será el Espíritu Santo que el Padre envía en el nombre de Jesús quien nos los enseñe todo y nos desvele el sentido profundo y pleno de sus palabras.
El Espíritu Santo es una de las Tres Personas Divinas. En el Credo nicenoconstantinopolitano le confesamos con estas palabras: Creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, que habló por los profetas. Esta fórmula nos remite a su identidad personal, es Señor (= Kyrios = Dios), y en cuanto Dios tiene poder de dar vida, es Vivificante. Junto al Padre y al Hijo recibe la misma adoración y gloria, aunque, es cierto que, ¡para una gran mayoría de bautizados!, sigue siendo un desconocido. Finalmente, en esta confesión, atribuimos al Espíritu Santo, la misión profética, Él nos habla por medio de los profetas, de ayer, de hoy y de siempre.
En la confesión de fe que llamamos Símbolo de los Apóstoles, que es la más antigua, la Persona del Espíritu Santo viene definida por las obras donde Él se manifiesta: Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. El Espíritu Santo está y se encuentra en la santa Iglesia donde Él habita como en un templo; está presente en cada bautizado que se deja habitar y guiar por Él; es el que perdona los pecados del corazón y transforma la existencia en una vida nueva; con su poder hace resucitar a los muertos y posibilita el milagro de dar vida a los huesos secos; Él es, las arras de nuestra salvación, la garantía que, nos sella en el corazón, la vida eterna. Una oración de la Iglesia oriental confiesa así la verdad sobre el Espíritu Santo: Sin el Espíritu, Dios queda lejos, Cristo permanece en el pasado, el evangelio es letra muerta, la Iglesia pura organización, la autoridad tiranía, la misión propaganda, el culto mero recuerdo y la praxis cristiana una moral de esclavos.
Nos vamos acercando a la Solemnidad de Pentecostés. La Iglesia en estas últimas semanas del tiempo pascual, se prepara para acoger su Persona y disponerse para su acción. Oremos todos juntos la oración Adsumus: “Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre. Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras. No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos. Concédenos el don del discernimiento, para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por perjuicios y falsas consideraciones. Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los siglos. Amén”.