En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: – «Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. Os he hablado de esto, para que no os escandalicéis. Os excomulgarán de la sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os he hablado de esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho». (Juan, 15, 26 – 16, 4)
En estas semanas finales del Tiempo Pascual, la Iglesia quiere preparar nuestras almas para que podamos recibir, y acoger, a la tercera Persona de la Santísima Trinidad, que el Señor ha prometido enviarnos: el Espíritu Santo.
Y lo hace, recordándonos estos pasajes de los Evangelios que nos hablan de la vida del Señor, en el tiempo entre la Resurrección y la Ascensión al Cielo. El Señor se encuentra con los Apóstoles y quiere fortalecerles en la Fe, para que todo lo que “han visto y oído” llene de luz perenne su inteligencia.
Quiere también fortalecer su Esperanza, para que sean conscientes de que pueden llevar a cabo la misión que les ha confiado: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19).
Y les fortalece también en la Caridad, para que vivan esa misión con el mismo espíritu con que Él vino al mundo: “El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención de muchos” (Mt. 20,28).
“Cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de Mí, y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo”.
Las palabras de Jesús nos anuncian la acción del Espíritu Santo en nuestras almas. Nos ayudará a descubrir el Amor de Dios en todas las acciones de Jesucristo, en sus sufrimientos y en sus alegrías, en su cruz y en la Resurrección, a creer en que verdaderamente es Hijo de Dios hecho hombre, y a decir con Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16).
El Espíritu Santo llenará también nuestro corazón, nuestra voluntad, del don de la Fortaleza que, enraizándose en nuestra humildad de saber que sin Dios nada podemos hacer, nos sostiene la Esperanza para dar testimonio de la vida, de la muerte de la Resurrección de Cristo.
“No tambaleéis. Os excomulgaran de la Sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios”.
El Señor sabe que encontraremos muchos obstáculos en el anuncio de la Fe, en la proclamación de su Persona, “Camino, Verdad y Vida”. Ya desde el principio, san Pedro habla de la Resurrección y los escribas y fariseos le meten en la cárcel; los atenienses mandan callar a san Pablo cuando comienza a hablar de la Resurrección; y ya san Agustín nos recuerda a todos los cristianos, que seremos perseguidos hasta el fin del mundo, porque anunciamos la Resurrección de Jesucristo.
El Señor sabe que a lo largo de nuestra vida nos asaltarán tentaciones contra la Fe, que nos invitarán a dudar del amor de Dios, de la Providencia divina, de Su Corazón Misericordioso, y hasta de la realidad de la Vida Eterna. Tentaciones contra la Esperanza, de desánimo, de desconfianza hacia Dios por no ser capaces de comprender sus caminos, y de descubrir el sentido divino y redentor del sufrimiento, cuando lo vivimos “con Cristo, por Cristo, en Cristo”, y nos sintamos sin fuerzas para aceptar y amar su Santísima Voluntad..
El conoce las tribulaciones de los pastores, y quiere que los discípulos descubran la ayuda del Espíritu Santo para cargar con la Cruz de cada día. Ha vivido en su carne las negaciones de Pedro, la fragilidad y el miedo de quien estaba llamado a ser el primer Papa; y quiere que todos, conscientes de nuestra fragilidad, pongamos nuestras fuerzas en la tarea de ser “testigos de la Resurrección” en el amor de cada día, sabiendo que ese Amor es fruto del Amor de Dios en nuestras almas, de la acción del Espíritu Santo.
Los mártires que sufren persecución y muerte por defender la Fe, en tantos lugares del mundo, nos dan un buen ejemplo de la acción del Espíritu Santo en sus almas. Y con ellos, esos “mártires” de cada día, que encontramos a nuestro alrededor, que nos dan testimonio de la Resurrección de Cristo, viviendo con constancia, con sacrificio, con una sonrisa, su fidelidad al amor conyugal; su preocupación por la familia que Dios les ha confiado; su servicio a los demás en el trabajo de cada día, que es quizá la gran obra de misericordia que más necesita hoy nuestra sociedad.
La Santísima Virgen María, concebida Inmaculada y llena del Espíritu Santo, nos acompañe en vivir estos días pascuales, en el gozo de la Resurrección de Cristo y en la Paz de dar testimonio de Jesucristo, “Camino, Verdad, Vida”.