El pasado 9 de junio tuvo lugar en Roma un encuentro del Papa con una multitud de sacerdotes, en el que varios representantes hicieron algunas preguntas al Papa, de las que Buenanueva entresaca una.
Pregunta: Padre Santo, soy el sacerdote Karol Miklosko, vengo de Eslovaquia y soy misionero en Rusia. Cuando celebro la santa misa me encuentro a mí mismo y entiendo que allí encuentro mi identidad y la raíz y la energía de mi ministerio (…) Entonces entiendo la belleza del celibato y de la obediencia, que libremente he prometido en el momento de la ordenación. Aun con las naturales dificultades, el celibato me parece obvio, mirando a Cristo, pero me encuentro confundido al leer tantas críticas mundanas a este don. Le pido humildemente, Padre Santo, que nos ilumine sobre la profundidad y sobre el sentido auténtico del celibato eclesiástico.
Respuesta de Benedicto XVI: (…) el centro de nuestra vida realmente debe ser la celebración cotidiana de la santa eucaristía; y aquí son centrales las palabras de la consagración: «Este es mi cuerpo, esta es mi sangre»: hablamos «in persona Christi». Cristo nos permite usar su «yo», hablamos en el «yo» de Cristo (…). También en el «yo te absuelvo» —porque ninguno de nosotros podría absolver de los pecados— es el «yo» de Cristo, de Dios, el único que puede absolver. Esta unificación de su «yo» con el nuestro implica que estamos unidos también a su realidad de Resucitado, vamos hacia la vida plena de la resurrección, de la cual Jesús habla a los saduceos en Mateo, capítulo 22: es una vida «nueva” (…)
En este sentido, el celibato es una anticipación. Trascendemos este tiempo y vamos adelante, y así nos trascendemos a nosotros mismos y a nuestro tiempo hacia el mundo de la resurrección, hacia la novedad de Cristo, hacia la nueva y verdadera vida. Y aquí nos encontramos en un punto muy importante. Un gran problema de la cristiandad del mundo de hoy es que no se piensa más en el futuro de Dios: parece suficiente sólo el presente de este mundo. Queremos tener sólo este mundo, vivir sólo en este mundo. Así cerramos las puertas a la verdadera grandeza de nuestra existencia. El sentido del celibato como anticipación del futuro es precisamente abrir estas puertas, hacer más grande el mundo, mostrar la realidad del futuro que debe ser vivido por nosotros ya como presente. Vivir, por lo tanto, así un testimonio de la fe: creemos realmente que Dios existe, que Dios entra en mi vida, que puedo fundar mi vida en Cristo, en la vida futura.
(…) Es verdad que para el mundo agnóstico, el mundo en el que Dios no tiene entrada, el celibato es un gran escándalo, porque muestra precisamente que Dios es considerado y vivido como realidad. Con la vida escatológica del celibato, el mundo futuro de Dios entra en las realidades de nuestro tiempo. Y eso debería desaparecer.
En un cierto sentido, puede sorprender esta crítica permanente contra el celibato, en un tiempo en el cual se vuelve cada vez más de moda el no casarse. Pero este no casarse es una cosa totalmente, fundamentalmente, diferente al celibato, porque el no casarse está basado en la voluntad de vivir solo para sí mismo, en no aceptar ningún vínculo definitivo, en tener la vida en todo momento con plena autonomía, decidir en todo momento cómo hacer, qué tomar de la vida; es, por lo tanto, un «no» al vínculo, un «no» a lo definitivo, un tener la vida sólo para sí mismo. Mientras que el celibato es exactamente lo contrario: es un «sí» definitivo, es un dejarse tomar en las manos de Dios, darse a las manos del Señor, en su «yo»; y, por eso, es un acto de fidelidad y de confianza, un acto que supone también la fidelidad del matrimonio; es precisamente lo contrario de este «no», de esta autonomía que no quiere obligarse, que no quiere contraer un vínculo; es precisamente el «sí» definitivo que supone y confirma el «sí» definitivo del matrimonio. Y este matrimonio es la forma bíblica, la forma natural del ser hombre y mujer, fundamento de la gran cultura cristiana, de grandes culturas del mundo. Si desaparece esto, será destruida la raíz de nuestra cultura.
Por ello el celibato confirma el «sí» del matrimonio con su «sí» al mundo futuro, y así queremos ir adelante y hacer presente este escándalo de una fe que pone toda la existencia en Dios. Sabemos que junto a este gran escándalo, que el mundo no quiere ver, existen también los escándalos secundarios de nuestras insuficiencias, de nuestros pecados, que oscurecen el verdadero y grande escándalo y hacen pensar: «Pero no viven realmente sobre el fundamento de Dios». Sin embargo, ¡hay tanta fidelidad! El celibato, precisamente las críticas lo muestran, es un gran signo de la fe, de la presencia de Dios en el mundo.
Oremos al Señor para que nos ayude a hacernos libres de los escándalos secundarios, para que haga presente el gran escándalo de nuestra fe: la confianza, la fuerza de nuestra vida, que se funda en Dios y en Cristo Jesús.