Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: “Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios”. Él los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas: “¿Cómo va a echar Satanás a Satanás?
Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre”. Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo (Marcos 3,22-30).
Esta buena noticia correspondiente a la primera parte del Evangelio de San Marcos (capítulos 1 al 7) nos habla de ¿quién es Jesús?: hombre de su tiempo que abraza a los niños, mira y ama al joven rico, se llena de ternura ante las multitudes que están como ovejas sin pastor, cercano, dialogante, veraz y que llama a la unidad reconociendo la pluralidad. Una comunidad, la familia o la propia Iglesia divididas no pueden subsistir. La persona misma dividida interiormente tampoco puede subsistir. El pecado, particularmente el que atenta contra la caridad causa división, ruina e injusticia. Es importante que hoy meditando este Evangelio, le pidamos al Señor que nos conceda su Espíritu, para que el mundo que nos rodea pueda creer y conocer a Dios por la belleza de la unidad. Un solo Dios y un solo corazón. “Para que sean uno como tú y yo somos uno” (Jn 17,21-23).
Los primeros cristianos nos ayudan a vivir y rezar por la unidad. Rezaban por los demás y se animaban unos a otros a perseverar en la fe en Jesucristo. Ayúdame, Señor, a vivir así la caridad, no permitas que hiera nunca la unidad. Que todas mis palabras y acciones sean para construir la caridad.
Dice Enrique Pascual comentando el Evangelio de San Marcos: “Jesús realiza curaciones, difunde el conocimiento de Dios, inaugura el reino de Dios expulsando al diablo, perdona los pecados. Él es el esposo, el Hijo del Hombre, el señor de la vida, del mar, de los enfermos, del diablo y del sábado…
Inaugura el tiempo nuevo, se rodea de discípulos, los prepara y les da poderes. Rehúsa la popularidad, la idea usual sobre el Mesías, las señales sensacionales y reprueba la conducta de los fariseos. Rompe la vinculación a la propia familia y a su ciudad natal y funda una nueva comunidad…
Los discípulos le siguen, le piden aclaraciones, temen por su falta de fe, se admiran, se turban, no comprenden, tienen el corazón embotado. Los fariseos tienen ante él una conducta dura y negativa, le atacan de diversas maneras, y le acusan por diversos motivos y piden señales del cielo.
Jamás se presenta como Mesías. Tampoco las gentes lo reconocen todavía como tal, y cuando lo van hacer, se lo prohíbe, lo mismo hace con los demonios. Después de los milagros pide con frecuencia que no los divulguen” (Manual Bíblico III, Ed. Casa de la Biblia, año 1964 Madrid).
El Evangelio según San Marcos es una narración fascinante y viva. Uno se adentra en el misterio de Cristo, mucho más de lo que se pueda pensar a simple vista. Con el perdón de los pecados se nos da un corazón nuevo y un espíritu nuevo capaz de reconocer a Jesús como Dios y que este mismo Dios pueda nacer en nosotros. Nos podemos preguntar: ¿cómo puede ser esto? ¡Si soy solo un ser humano! Preguntando a San Pablo nos dice: “Ya no soy yo es Cristo quién vive en mí” (Gal 2,20).