En aquel tiempo, os discípulos de Juan se le acercan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?».
Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán» (San Mateo 9, 14-15).
COMENTARIO
Las comparaciones son siempre poco afortunadas. Bueno, casi siempre. Aunque duela un poco decirlo, existe una sana emulación, que si se lleva a cabo sin humillar ni agraviar, hace sacar en numerosos casos lo mejor de uno mismo. Un jardín no resulta bonito así porque sí; hay que trabajarlo para que resulte jardín. Muchas cosas en la vida son espontáneas, no requieren esfuerzo. Las obras de arte, en cambio, reclaman estudio, cultivo, esmero, inteligencia y dotes estéticos.
El comparar tiene este aspecto bueno de estimular nuestra mejores fuerzas productivas, aunque también se da una comparación pecaminosa que tiene por objeto humillar o al menos descalificar. Es algo parecido con lo que sucede con la crítica. Hay una crítica que pertenece al campo de la filosofía y se refiere al conocimiento, a la capacidad de juicio y certeza a la que puede llegar el entendimiento humano. Hay también una crítica productiva que tiene por finalidad mejorar un producto o realidad, como puede ser una crítica de cine. Y hay por fin una crítica que se llama pecado que consiste en criticar, dañar al prójimo, y que procede del amor propio o de la altanería.
Cuando una madre compara a un hermano con otro tendrá que hacerlo con amor y delicadeza a menos que quiera abrir una herida por manifiesta falta de caridad. Herida o complejo que suelen perdurar en el tiempo. Si se compara no es para minusvalorar sino para potenciar lo mejor de uno. Pero eso es un arte para el cual no están todos cualificados. Mejor abstenerse si no se está en condiciones de hacerlo bien.
El mismo Jesucristo compara. Y lo hace por amor, para producir amor. El no hacía nada mal, todo lo hizo bien. Compara a una viuda con otra persona que tenía mucho dinero para dar de limosna. Compara a Simón con la mujer que regaba los pies del Señor con sus lágrimas. En estas y otras comparaciones solían quedar malparados los fariseos y los mismos discípulos todavía verdes en el seguimiento del Señor.
El evangelio de hoy empieza con una pregunta comparativa: “¿Cómo es que nosotros y los fariseos ayunamos frecuentemente y tus discípulos no ayunan?” Ya está, aquí tenemos la pregunta, aquí tenemos la comparación.
No es una pregunta moralmente mala. Se trata de una pregunta real que le hacen al Señor los discípulos de Juan. Ellos quieren saber porque andan un tanto perplejos. Son buenos, como Marta también lo era y se quejó al Señor de que su hermana María la dejase sola en el servicio. Son buenos pero… no dejan de tener sus imperfecciones. El Señor no solo responde sino que su respuesta tiene un cierto carácter de intervención. Le propina una doctrina elevada, más aún que la de Juan. Les viene a decir que la cruz es para uno no uno para la cruz. Cuando la cruz no conviene pues se suspende hasta su nueva aparición. La cruz no es finalidad sino medio para alcanzar un fin. El reino de los Cielos no es de los faquires sino de los santos, de los que se han dejado santificar por la gracia de Cristo. Es la sincera entrega de la persona a Cristo lo que nos santifica, y no las prácticas religiosas sin más.
Dice san Pablo que hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo. La cruz es enemiga de satanás porque en ese madero el Señor redime al mundo. El sufrimiento en gracia es un valor que opera frutos de salvación. El mismo Jesucristo dirá que hay un tipo de demonios que salen de sus poseídos por el ayuno y la oración.
No se niega el valor el ayuno, de la mortificación, del sacrificio corporal. El asunto es saberlo situar en su sitio. Y esto es justo lo que hace el Señor, resituarlo. No es la cantidad de ayuno lo que se necesita sin cantidad de unión con Cristo, el esposo. La santidad no es el dolor -aunque cuenta entre uno de sus ingredientes en esta vida- sino la unión con Dios que redunda en beneficio para los demás. No es ni simple beneficio ni simple unión sino ambas a la vez. Ahí se ve la autenticidad de la santidad, don de Dios. Todo el que dice que ama a Dios pero no ama al hermano es un mentiroso dice san Juan-. Y todo el que hace el bien a título de simple benefactor es una magnífica persona pero no un santo. Lo que hace un santo es sacar de su unión estrecha con el Esposo el bien para los demás.
El ayuno para que sea concorde con Cristo ha de estar regulado por el Espíritu santo. Cuando llega el tiempo de ayunar se ayuna y cuando llega el tiempo de no ayunar no se ayuna. Las comparaciones son odiosas cuando hay odio en el corazón. Cuando hay amor producen amor. Pero hay que hacerlo como Jesucristo.