Una vez que Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus discípulos y les preguntó: – «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos contestaron: – «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros dicen que ha resucitado uno de los antiguos profetas». Él les preguntó: – «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».
Pedro respondió: -«El Mesías de Dios».
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Porque decía: – «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».
Entonces decía a todos: – «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará». Lucas 9, 18-24
No creo que sea forzada, en las lecturas de este domingo, la concurrencia de las referencias al bautismo, y que a partir de ellas, estaque la confesión del apóstol Pedro. El profeta Zacarías adelanta la visión mesiánica: “Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia”. Que no puede ser otro que el Mesías del Señor, proclamado por Pedro en el Evangelio, a instancias del Maestro: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro tomó la palabra y dijo: – «El Mesías de Dios.»
¿Que supone haber sido incorporado a Cristo? ¿Cuál es la ganancia de haberlo conocido? El salmista lo expresa de manera plástica: “Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”. Gracias al bautismo y a la incorporación a la vida de Cristo, nos hacemos partícipes de la bendición divina, por la que recibimos el perdón: “Aquel día, se alumbrará un manantial, a la dinastía de David y a los habitantes de Jerusalén, contra pecados e impurezas” (Zac).
Gracias al bautismo, podemos cantar: “Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. Me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos” (Sal). Gracias al bautismo, “Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y, si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos de la promesa” (Gál).
Gracias al bautismo nos convertimos en discípulos de Jesús, en seguidores suyos, y Él nos dice: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.» (Lc). Estamos en vísperas de cambio de estación, en el hemisferio norte entra el verano. Buen momento para no perder la memoria del agua bautismal y de permanecer como signos de la alegría del Evangelio.