El diluvio universal es, sin duda, un hecho actual. Sí, ciertamente estamos en un momento que nos urge a subir al Arca, a la barca de Pedro —se ríen del Papa como seguramente harían con Noé sus contemporáneos—. Las aguas del relativismo y de la apostasía amenazan con arrasar el humanismo occidental de raíces cristianas. Es hora de decidirse a subir y amarrarse bien, porque es fácil caer por la borda; amarrarse con la oración y la comunión, con la formación y la información (¡con lo bien que tenemos hoy en día el acceso a las fuentes y nos empeñamos en bebernos el agua envenenada que nos sirven! Seguramente esto continúa siendo lo más cómodo, pero es, sin duda, un acto irresponsable). Y sobre todo amarrarse con el amor y la confianza que uno debería poner en su Madre; demasiadas veces los católicos, ante cualquier controversia, consideramos sospechosa a la Iglesia, ¿por qué no ponemos en cuarentena las noticias que nos sirven…? ¿En quien confiamos? Nuestro Señor nos ha pedido que seamos como niños, que tengamos la confianza de los niños pequeños…, y parecemos más bien adolescentes, siempre replicando a sus padres…, avergonzados de la Iglesia…
Se intenta confundir al personal metiéndonos a todos en el mismo saco sectario (especialmente algunos grupos y congregaciones de la Iglesia). Pero ¿algún líder de alguna secta pronunciaría palabras como éstas?: “Aun por encima del Papa como expresión de la autoridad eclesiástica se halla la propia conciencia, a la que hay que obedecer la primera, si fuera necesario incluso en contra de lo que diga la autoridad eclesiástica” (Joseph Ratzinger 1968). Más aún, ¿los partidos políticos españoles respetan la libertad de conciencia a sus diputados cuando votan? Sólo Dios tiene acceso directo a la conciencia de cada persona; por eso la Iglesia no impone, pero tiene el derecho y el deber de proponer la Verdad a todos los hombres. La libertad de conciencia es un don que la Iglesia defiende a ultranza, por eso los padres católicos —entre otros— nos estamos empeñando en que el Estado no pase por encima de ella. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura.» Como ha dicho también Benedicto XVI: «El camino de la conciencia es todo menos una senda de subjetividad autosuficiente: es un camino de obediencia a la verdad objetiva». La libertad está fundamentada en la Verdad —de la que aquella se nutre—, expresada en la naturaleza, y manifestada a la humanidad con la encarnación de Cristo Jesús, el Señor, de la cual la Iglesia es depositaria y custodia. Quien la conoce no puede dejar de seguirla, incluso con dudas, sufrimientos, tropiezos y caídas. Quien la intuye siente necesidad de orientar su vida hacia ella, buscando sendas que le acerquen cada vez más, iniciando muchas veces caminos equivocados incluso con recta intención, porque solo ella decide el lugar y el momento del encuentro.
La verdad fue manifestada a la humanidad con la encarnación de Cristo Jesús
Pero la libertad personal ¿no es un principio esencial del relativismo? ¿No se contradice Ratzinger cuando condena el relativismo? No, no es eso. Aquellas palabras del actual Papa tienen su raíz en la doctrina de la Iglesia, y se aclaran con lo afirmado en el punto número 150 del Catecismo: “La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. (…) Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que él dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura.” Como ha dicho también Benedicto XVI: “El camino de la conciencia es todo menos una senda de subjetividad autosuficiente: es un camino de obediencia a la verdad objetiva”. La libertad está fundamentada en la Verdad. Así es, por encima de la conciencia está la Verdad —de la que aquella se nutre—, expresada en la naturaleza y en el cosmos con su ley natural, y manifestada a la humanidad con la encarnación de Cristo Jesús, el Señor, de la cual la Iglesia es depositaria y custodia. Quien la conoce no puede dejar de seguirla, incluso con dudas, sufrimientos, tropiezos y caídas. Quien la intuye siente necesidad de orientar su vida hacia ella, buscando sendas que le acerquen cada vez más, iniciando muchas veces caminos equivocados incluso con recta intención, porque solo ella decide el lugar y el momento del encuentro. Quien la niega está condenado a dar palos de ciego durante toda su vida, con grave riesgo para su salud física, mental y moral. Quien ha dicho de sí mismo “Yo soy la Verdad” también nos asegura: “La Verdad os hará libres”. La libertad es una condición esencial de los hijos de Dios; seguir ciegamente doctrinas humanas sin fundamento natural, considerar como pensamientos profundos lo que no son más que simples ocurrencias —“la libertad os hará más verdaderos” (ZP dixit)— condena irremisiblemente a la esclavitud.
El camino de la conciencia es un camino de obediencia a la verdad objetiva