EN ESPAÑA HAY ACTUALMENTE 1203 ASPIRANTES AL SACERDOCIO, 60 MENOS QUE EL AÑO PASADO.
Por supuesto, la Conferencia Episcopal obvia los datos negativos en el titular de su nota de prensa: ‘Se incrementa en 24% el número de seminaristas ordenados sacerdotes’. El porcentaje no es falso, pero sí engañoso. Nos podría llevar a pensar que la cosa está hoy mejor de lo que parece. Pero no. Sólo se ordenaron 135 seminaristas en un país de 45 millones de personas, y ésa debería ser la noticia. Por otra parte, el incremento no nos habla del estado actual de las cosas, pues es la cosecha de algo sembrado hace años (cuando estos sacerdotes ordenados entraran en el seminario).
Si atendemos a los datos de seminaristas, que sí nos hablan del estado de nuestra Iglesia en 2019, nos invadirá una honda desolación: en España hay actualmente 1203 aspirantes al sacerdocio, 60 menos que el año pasado.
En determinadas diócesis, las estadísticas resultan muy poco alentadoras. De este modo, en Lérida, Vic o Palencia sólo queda un seminarista; y en otras, como Barbastro-Monzón, ya no queda ninguno. ¿Preocupa esto a la Conferencia Episcopal Española? ¿O los obispos sólo están preocupados de orientar el voto de la grey hacia el Partido Popular?
Aunque las cifras sean lastimosas, bastante más lo es la tendencia inequívocamente descendente de éstas. En el curso 2018-2019, hay 533 seminaristas menos que en el de 2001-2002. Entonces había 1736 seminaristas; hogaño hay 1203. Y mucho nos tememos que, de remontarnos más atrás en el tiempo, a algún año de la década de 1990, la diferencia se antojaría aún más impactante.
Evidentemente, no podemos imputar este mal a la acción de la Conferencia Episcopal Española. Desde el Concilio Vaticano II – y nunca sabremos si como consecuencia directa de él -, el número de seminaristas se está reduciendo en todo Occidente, no sólo en España. En parte por la forma de vida contemporánea, en parte por el afán de la Iglesia católica de amoldarse a ella (renunciando al tradicional propósito de alejarse de la mundanidad), cada vez hay menos personas dispuestas a consagrar su vida a Dios.
No obstante, sí debemos reconocer que la situación no habría llegado a este punto si en los últimos tiempos la Conferencia Episcopal hubiese dedicado sus esfuerzos a evangelizar, y no a las intrigas políticas.