«Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el profeta Isaías: “Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: ‘Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos’”. Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: “Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo”». (Mc 1,1-8)
“Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”. La Iglesia en Adviento se reviste de color morado, igual que en Cuaresma. ¿Invitación a la penitencia? En el pasado, el Adviento se vivía con una intensidad muy parecida a la de la preparación a la Semana santa: ayunos, silencios, penitencias… La liturgia ofrecía y ofrece cauces de inspiración penitencial. Hoy día se ha suavizado la austeridad y se acentúa más la dimensión de espera, de confianza en la venida del Señor, pero se mantiene un cierto carácter sacrificial.
La penitencia de Cuaresma pretende una identificación con Cristo sufriente, una participación en la redención cruenta de los pecados, una reparación que es purificación de alma. La penitencia de Adviento no reviste este carácter reparador sino de preparación. Si alguien muy importante viene a nuestra casa, la preparamos, la adecentamos. Esta preparación tiene un coste, un gasto, un esfuerzo… Limpiar la casa, preparar la mejor comida…, todo es un sudor festivo a favor del que viene. Así, el Adviento: no es tanto penitencia redentora cuanto penitencia preparadora.
El Adviento presenta algunas notas de interés espiritual. En primer lugar es un tiempo de debilitamiento del amor propio. El Todopoderoso se despoja de su poder y viene débil, con debilidad de niño. Estaría feo que nos encuentre enfrascado en amores propios crecientes. Él bajando y yo queriendo subir y subir, como sube la cresta del gallo en un segundo. Lo propio es debilitar todos los arranques del amor propio y reducirlos a minoridad. Si nos empeñáramos en hacer ruido tirando un pétalo de rosa al suelo o a un ángel nos encontraríamos con un gran fracaso. No saben hacer ruido. Nuestro amor propio ya debilitado ha de ser como rosa que cae en caída angélica, sin hacer daño, suave o nulo en amor propio. Debilitar el amor propio sería un gran paso en mi preparación de la venida del Señor.
Otra nota característica sería el encuentro con lo sagrado. Favorecer las visitas a las iglesias, monasterios y demás espacios sacros donde aprendo una vez más qué es recogimiento, qué es interioridad, encuentro con el Señor. Vestir la casa de elementos religiosos, hacer lecturas espirituales, tener conversaciones sobre Dios; días de retiro, de ejercicio espiritual; entrar en un templo y templar la fiebre mundana. Entrenarme con encuentros sagrados menores para cuando vengan los mayores.
La comunidad es una tercera de Adviento. En torno a Juan se reúnen numerosas personas. La piel de camello de este hombre atrae la piel de toro de un país. Acudían en masas en torno a su palabra. Con el tiempo, los pastores irán en grupos a bendecir al Niño. La Palabra convoca, une, forma cuerpo de misión. Es en el seno de la comunidad donde la alegría familiar encuentra su ubicación.
Vamos corriendo así a la siguiente nota del Adviento: la alegría del Espíritu Santo. Cuando el corazón de una persona está lleno de esta alegría lo primero que dice es: “que pequeñito soy”. San Francisco de Asís se consideraba el último de la creación porque su corazón estaba llenito de la alegría de Dios. El mismo Señor canta a la pequeñez porque se siente repleto de auténtico gozo: «Lleno de la alegría del Espíritu santo exclamó: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y la has revelado a la gente sencilla”». (Lc 10,21-24). San Juan no se considera digno de agacharse y desatar las sandalias al Mesías. Su penitencia le hace humilde. El adviento de Juan es prototipo de los nuestros.
Cuando el corazón presenta carencias de júbilo divino se introduce la tristeza formando críticas, desamores, desavenencias, mal espíritu. Hay que alegrar los ambientes con espíritu festivo, cordial.
Adviento es tiempo de María. Mejor que Juan, preparaba ella su corazón para que el Verbo encuentre algo mullido donde reclinar su cabeza. La gracia de esta Niña es una nana para el Hijo. El Niño vendrá durmiendo en la gracia de su Madre.
Juan nos dice que preparemos la venida de Cristo a nuestras almas. Todo lo hace Dios pero la preparación es una predisposición que debo hacer yo. Hemos de preparar. Aquí no vale la voz pasiva: soy preparado. Juan me dice que prepare yo, que allane yo el camino. El Rey vendrá con gracias transformantes pero la pala tengo que cogerla yo. No hay otra explicación.
Sea este adviento una huella en nuestras vidas y una huella en el corazón de Dios. La austeridad de estos días es exuberancia de gracias, verdadera preparación para un encuentro navideño con el Señor. Debilitemos nuestro amor propio, depongamos nuestras armas, recibamos al Maestro infante venido a menos.
Francisco Lerdo de Tejada