Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: «Trás de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo.» Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua es para que sea manifestado a Israel.»
Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado el Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo.» Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.» (según San Juan 1,29-34)
“Al ver Juan a Jesús que venía hacia él…” Uno lo ve enseguida, a Jesús, que viene a por uno. Juan lo vio físicamente. Otros lo ven espiritualmente. Las circunstancias, las personas, las cruces… son barcas donde Jesús viene a uno. A veces es él mismo, como le pasó a Paul Claudel y a tantas personas que a lo largo de la historia nos ofrecen su testimonio de conversión. Es Jesús, ese Buen Pastor que va en busca de las ovejas y que cuida de las que permanecen en el redil.
El texto dice que venía hacia él; no simplemente que venía, sino, hacia él. La intencionalidad de Cristo en su búsqueda. El persigue llenar el Cielo, rescatar, salvar, redimir. El persigue la conversión, el cambio de esclavo del pecado a libre en espíritu. Viene a por uno. No es que se encuentre con uno, sino que viene derechamente a transformar el corazón y llenarlo de amor.
Decía san Agustín que temía al Señor cuando pasaba de largo. Era señal de que uno no estaba preparado para recibirlo, estaba volcado con las cosas de este mundo, entretenido en concupiscencias y banalidades. “Temo al Señor cuando pasa de largo”.
¡Qué bien que nuestro Dios sea un Dios buscador, un Dios que se hace presente para llevarte al Cielo y para enseñarte a vivir en la tierra! Este mismo Dios nos dice que “quien pide recibe, quien busca encuentra, a quien llama se le abrirá” (Mt 7,8)
Esta es la cosa, que el viene a por mí. ¿Pero voy yo a por él? ¿Le busco con ansias de Cantares? Si nos buscamos los dos, el encuentro es más festivo, más unitivo.
San Juan Bautista está viendo como Jesús se le acerca. Lo ve, lo contempla. La meditación no es otra cosa que la contemplación espiritual de mi razonar de los misterios de la vida de Jesucristo, de sus verdades divinas. Jesús se acerca y Juan medita, contempla; está entendiendo y está captando. Es lo propio del entendimiento, captar el concierto, la armonía de partes, la belleza, y entender verdades abstractas. El entendimiento ve la verdad y la belleza, lo armónico, lo que está bien.
Juan está haciendo oración, en ese acercársele Jesús. No es una simple visión física, sino un acto de oración, de plegaria. Juan atina con su actitud orante en su sobrenatural ver. Lo prueban las palabras que siguen: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Ve al Señor como el Salvador. Mirada de fe. Mirada de amor.
Son muchos los que piensan que no necesitan ser salvados de nada. Hasta ahí les lleva su natural orgullo. San Juan entiende muy bien la realidad y la misión del Mesías: la de ser Cordero que quita el pecado de los hombres con su muerte.
El cordero, dice. No es simple improvisación. La visión de Cristo ha despertado en él aroma de Antigua Alianza donde los corderos eran ofrecidos como sacrificio agradable. La mirada de Juan enlaza el antiguo con el nuevo testamento. Los corderos antiguos quedan superador por el Cordero. La inmolación de Cristo redime. Su sacrificio lleva a su plenitud todos los holocaustos y sacrificios del antaño, que no eran sino prefiguración y anticipo del verdadero sacrificio de un Cordero que es uno de la Trinidad.
Esta visión del Bautista ha producido también su efecto de humildad: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. San Juan se pone al servicio del Señor en hechos y palabras. Le sirve preparando sus caminos, predicando la verdad, y diciendo que el importante de veras es el Señor. El Mesías será un día bautizado por Juan. De este modo colabora con el plan de humillación de Jesús para salvar al mundo.
Juan da testimonio de todo esto al afirmar que había contemplado al Espíritu bajar en forma de paloma. Es el Espíritu santo el encargado de sellar y realizar la obra redentora del Ungido. Cristo que bautizará en Espíritu santo. Está lleno de él y lo da según la medida determinada por los designios divinos.
El Evangelio acaba con la afirmación de que Jesucristo es el Hijo de Dios. Afirmación de fe que lleva a la fe. Así es Juan el bautista. Así es Juan evangelista. Llevan a sus oyentes a la fe en la filiación divina del Hijo.