En aquel tiempo, expuso Jesús una parábola a sus discípulos: «Fijaos en la higuera o en cualquier árbol: cuando echan brotes, os basta verlos para saber que el verano está cerca. Pues, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. Os aseguro que antes que pase esta generación todo eso se cumplirá. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán» (San Lucas 21, 29-33).
COMENTARIO
Todo lo que es de Dios está por encima del tiempo, de las modas, de los lugares, de las costumbres, de las opiniones…
Lo de Dios es verdad ahora y siempre, supera al propio hombre y su capacidad para hacer la historia.
Todo pasará, las corrientes ideológicas, los sistemas políticos, las opresiones de unos sobre otros, la gloria de los hombres que ellos mismos se regalan…. Todo pasará, pero la Palabra de Dios seguirá viva porque es eterna, supera al propio mundo en el que se siembra aunque no crezca, es una semilla de verdad que siempre está para el que la quiera hacer crecer.
Es impresionante saber que el mismo Evangelio que leemos hoy lo leyeron en el siglo IV otros cristianos. Que las palabras de Jesús escritas en ese Evangelio, las mismas que yo leo ahora, convirtieron a San Agustín y a San Ignacio de Loyola y que pueden convertirnos a ti o a mi aunque nos separen miles de kilómetros y cientos de años. No hay tiempo ni espacio ni circunstancias que estén por encima de la palabra de Dios, que la puedan limitar o condicionar. El deseo del bien, la repulsa del mal, la búsqueda de la verdad, la aversión por la mentira y el amor como motor de todo, no tienen tiempo. Las vivieron monjes de la edad media y mártires del siglo XX, laicos de hoy y hombres anónimos de todos los tiempos. Dios no tiene tiempo y su palabra tampoco. La fe, si es verdadera, supera todo lo circunstancial y ese es el signo más claro de que Dios esta presente. Como los brotes en los árboles nos anuncian que ha llegado el verano, así la atemporalidad es el signo de Dios. Cuando los hijos de los macabeos se dejan matar antes que ofender a Dios, ocurre lo mismo que cuando ayer el Daesh mata a un sacerdote en Siria por ser católico. Lo de Dios, lo grande, lo que nos llevará al Cielo, es tan fuerte que no puede estar sometido a la temporalidad ni a las circunstancias del lugar ni a lo que otros hombres piensen.
Cuando oímos los infantiles argumentos contra la fe y se la describe como pasada de moda por esa persistente histórica presencia entre los hombres, se confirma esta verdad. La fe no está pasada de moda, la fe es la que pasa de las modas, que es diferente. Pasa del qué dirán, de lo que piensan las mayorías de lo que es más apropiado decir, de los políticos de turno, de los programas de éxito de la tele, de las influencers y de todas las conveniencias humanas.
A los primeros cristianos se les comían los leones en el Circo Romano por ser fieles a su fe, ahora nos pueden comer en las Universidades o en el trabajo o entre tus amigos y tu propia familia, cuando discrepes del modo de ser y pensar del mundo. Pues en esos momentos de incomprensión es cuando más podemos sentir la transcendencia, nuestras vidas rozan la eternidad, lo que no es de aquí, lo que está sólo en Dios, fuera del mundo.
Pues eso, cuando vivamos la vida con autenticidad de fe, en la Verdad, sin pensar en lo de aquí, en lo que pasa o deja de pasar, sino pasando de todo eso, poniendo los ojos en el más allá que nos espera, en eso que llamamos eternidad, a la que hemos sido convocados y para la que nacimos; entonces veremos brotar los árboles de nuestro jardín y como el Verano sabremos que es Dios quien se acerca.