En aquel tiempo, viniendo Jesús a su patria, les enseñaba en su sinagoga, de tal manera que decían maravillados: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste “el hijo del carpintero”? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?» Y se escandalizaban a causa de él. Mas Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio.» Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe (San Mateo 13, 54-58).
COMENTARIO
Según una tradición copta San José que era viudo, tenía los cuatro hijos que menciona hoy el Evangelio: Santiago, José, Simón y Judas, y al desposarse con María, habría aportado a la familia el menor de ellos que era Santiago, todavía niño, y que andando el tiempo llegó a ser uno de los doce apóstoles, por lo que se le conocía como “el hermano del Señor”. La profesión de san José era “tekton”, que traducimos como “carpintero”, y que entre sus paisanos servía para denominar a un Jesús sencillo, sin otro título distintivo que le caracterizara personalmente; era simplemente “el hijo del carpintero” como dice el Evangelio, sin detenerse a mencionar los nombres de Jesús o de José.
No es de extrañar la perplejidad de aquellos lugareños, conciudadanos suyos, que ven de repente al tal Jesús, fungiendo de maestro y profeta, asombrando al mundo con sus palabras y sus obras. Como nos sucede a nosotros, no es fácil de asimilar la elección libre y gratuita del Señor que “alza de la basura al pobre para sentarlo entre los príncipes de su pueblo”. Así ha sido a lo largo de la historia con los profetas, como reconoce con tristeza el Señor, aceptando la desconfianza y el desprecio de este pueblo nuestro, al que ama entrañablemente, y al que ha sido enviado a salvar, entregándonos su vida hasta el extremo, muriendo por nosotros en una cruz.