el mundo está en tinieblas y los suyos no lo recibieron
Los hechos, narrados precisamente por los Hechos de los Apóstoles (16,25-40), sucedieron así: Pablo y Silas —que es el mismo que aparece con el nombre de Silvano en las cartas paulinas— han llegado a Filipos, ciudad-colonia romana, donde han expulsado un demonio de una pitonisa, que, con sus adivinanzas, enriquecía a sus amos. Estos se encolerizan con los dos apóstoles, que, mientras tanto, no dejan de anunciar la Buena Nueva. La ley prohibía a los judíos hacer proselitismo, de modo que su predicación es ilegal; por lo que se crea un tumulto contra ellos y los encarcelan, encadenándolos en lo más profundo y lóbrego de los calabozos, después de haberlos molido a palos. En medio de la noche rezan y cantan himnos a Dios: se produce un terremoto, se sueltan las cadenas con sus gruesas argollas y se abren las puertas de la prisión. El carcelero cree que se han escapado los presos y, lleno de angustia pensando que lo van a inculpar por ello, quiere quitarse la vida, si no es por Pablo que lo detiene en su intento. Es entonces cuando “pide una luz” (16,29) y se echa a sus pies: “¿Qué debo hacer?”, pregunta. Pablo y Silas le anuncian a Jesucristo, a él y a su familia, que se bautizan y ofrecen una comida a los dos.
Con sus más y con sus menos es lo que está ocurriendo hoy. Estamos en un escenario social en el que anunciar a Jesucristo está mal visto, incluso podría ser ilegal, porque el laicismo y la política se convierten en el pensamiento único y dominante, en una nueva religión despótica, que pulveriza y suplanta toda la tradición cristiana. Se vuelve a cumplir al pie de la letra que “el mundo está en tinieblas y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11), “porque los hombres amaron más las tinieblas que la luz” (Jn 3,19).
noche luminosa
La noche —¡oh, la noche! —: ¿qué tienes de satánica que todo lo envuelves en tu negrísima niebla para que el hombre siga encadenado en lo profundo de tus mazmorras, sin poder salir de tal ceguera, que hasta nos la venden como progreso humano? ¿Qué tienes, a la vez de salvífico, “¡oh noche maravillosa!, en que Cristo ha vencido a la muerte y del infierno retorna victorioso”?, noche en que una Luz esplendente rasga tus tinieblas —como se rasgó el velo del Templo al expirar Cristo en la cruz— y nos alumbra el sendero de las puertas del Cielo: “la Palabra era la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9).
El mundo se empeña inútilmente, con toda su cohorte de falacias, señuelos y trampas, en encadenar la Luz. ¿Dónde están Pablo y Silas hoy, que canten himnos a Dios en medio de tanta oscuridad?, de modo que arranque del corazón de esta ciega sociedad aquella gran súplica: “¡Dadme una luz!”.
¿Qué significa esto?: que pidió ser iluminado, se encontró con Jesucristo, anunciado por unos presos y recibió el bautismo, convirtiéndose, él y los de su casa, en “iluminados”, en hombres que por fin han salido de su escondrijo. ¡Cuántos corazones tristes, poblados de alimañas y aullidos de lobos, aun en medio de tanto oropel y parafernalia de fiestas, lujos, dineros, poder y placeres, porque nadie les anuncia a Jesucristo muerto y resucitado por ellos! ¡Pobre hombre, nuevo Epulón, cuyo dios es tu vientre y tus miras el dinero de tu faltriquera o los ceros de tu cuenta corriente! ¡Pobre hombre, enquistado en tu ombligo, perpetuamente insatisfecho a pesar de estar ahíto de todo, siempre vacío como icono de la nada! ¡Pobre hombre, ahogado en el sumidero de su propio yo!, siempre huyendo hacia delante, escapando de ti mismo porque tu yo te mata, hasta que no encuentres Otro Yo. Por eso no ves a Jesucristo que te ama por encima de todo, por encima de ti mismo.
ya no habrá noche
El mundo se empecina en permanecer en las tinieblas y, movido por su príncipe —el Príncipe de las tinieblas— trata de sofocar a la Iglesia y encadenar con toda clase de cepos y grilletes los pies de quienes anuncian a Jesucristo. Canta, Iglesia santa; canta, Iglesia pecadora, que las puertas del infierno no prevalecerán contra ti, anuncia un nuevo amanecer en medio de la noche, porque “la noche va pasando y se acerca el Día” (Rm 13,12), viene la Aurora, el cielo comienza a teñirse de rojo y luego de rosicler, porque despunta “el Sol que viene de lo alto” (Lc 1,79), Jesucristo, el Hijo de Dios vivo, la Luz del mundo —“Yo soy la Luz” (Jn 8,12)—, el Oriente sin occidente que nos indica la ruta del Cielo —“Yo soy el Camino” (Jn 14,6)—, Cielo en el que no hay necesidad de soles y luminarias del firmamento, “porque su Luz es el Cordero y ya no habrá noche” (Ap 21,23 y 22,5); ya no habrá más cárceles, porque el Unigénito de Dios que “nos amó hasta el extremo” (Jn 13,1) dio su vida como rescate por todos los prisioneros.
Las cadenas se han roto y hay un nuevo Ángel del Edén que ha vuelto a abrir las puertas de la prisión: “Yo, la Luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en tinieblas” (Jn 12,46). Yo te amo, Señor: “que la claridad de la resurrección de tu Hijo ilumine las dificultades de nuestra vida; que no temamos ante la oscuridad de la muerte y podamos llegar un día a la luz que no tiene fin” (oración de Laudes del sábado I).