«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día”. Y dirigiéndose a todos, dijo: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?”». (Lc 9, 22-25)
El tiempo de Cuaresma ha comenzado. Durante estos cuarenta días, la Iglesia nos invita a vivir un espíritu de mortificación y de penitencia que nos prepare para abrir nuestro corazón a la luz del Amor de Dios, que Nuestro Señor Jesucristo nos manifiesta con su Vida, con su Pasión, con su Muerte y con su Resurrección.
En el Evangelio de hoy, el Señor anuncia a los discípulos los padecimientos que va a sufrir, y les habla con toda claridad: “El Hijo del hombres tiene que padecer muchos, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día”. ¿Por qué les habla con tanta claridad de su sufrimiento? Para que descubran, y nosotros con ellos, el Amor que le lleva a la Cruz.
El sufrir de Cristo es un hecho; está ahí delante de nuestros ojos. Muere por nosotros, y no nos lo echa en cara. Solo quiere que descubramos que sufre y padece para mostrarnos su Amor, para que sepamos que nos va a acompañar siempre en todas nuestras penas y dolores; y para que descubramos que, con ese Amor crucificado, nos redime del pecado y del mal; de la Muerte: nos anuncia la Resurrección…
Y para que el contemplar el padecer del Señor, y el vivir nuestras penas y dolores, no les deje abatidos y desorientados, les enseña el camino para vivir con Él en el dolor y alcanzar, en Él, la resurrección.
El camino comienza con la invitación que Jesucristo dirige a todos: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo; cargue con su cruz, y se venga conmigo”. Querer seguirle es el primer paso. Para seguir a Cristo, también con la cruz a cuestas como un nuevo Simón de Cirene, hemos de conocerle y amarle. Es la gran misión de toda la Iglesia, de todos los cristianos: dar a conocer a Cristo con sus palabras, con sus obras; e invitar así a todos los hombres a amarlo. Le conocemos en el Evangelio. Así querremos seguirle como los apóstoles, como los discípulos, como las personas que a lo largo de la historia le han visto, han dejado todas las cosas, y le han seguido. Seguir al Señor es vivir sus mandamientos, y vivirlos con el espíritu de las Bienaventuranzas: “El que me ama cumple mis mandamientos”.
“Que se niegue a sí mismo”. Es el segundo paso de este camino que señala el Señor con toda claridad. Quienes están dispuestos a seguir al Señor han de dejar mucha carga en el camino. Especialmente, la carga del pecado y de las consecuencias del pecado en el alma.
El Señor no quiere privarnos de nuestra personalidad, no quiere aniquilarnos. Él nos ha creado libres, y con libertad, para que seamos nosotros, personalmente, quienes, con su gracia, decidamos seguirle o no seguirle, conocerle o no conocerle, amarle o no amarle. “Negarnos a nosotros mismos”, en las palabras del Señor, es una invitación a erradicar de nuestro espíritu las raíces del pecado, la realidad del pecado: la soberbia, la lujuria, la gula, la pereza, la blasfemia, la mentira, el egoísmo, etc.
Al dejar el pecado, tomamos la Cruz redentora, sufrimos y padecemos y ofrecemos todo lo que somos, toda nuestra y vida y nuestras acciones, al Señor unidos a su Cruz.
“Y se venga conmigo”. Es el tercer paso del camino. Ir con el Señor es anunciar Su venida a la tierra; es darlo a conocer a todos los que no le conocen, y le buscan; y también a quienes no le buscan porque no le conocen. Es proclamar su vida y sus hechos, la realidad de su Divinidad, con nuestra palabras y con nuestras obras, con el ejemplo de nuestra Fe y de nuestra Caridad.
“Ir con el Señor” es vivir con Cristo en cualquier circunstancia y situación de nuestro quehacer cotidiano, en cualquier actividad que realicemos. Es la llamada a la santidad que con tanta frecuencia recuerda el Papa Francisco, y que supone encontrar y conocer a Jesucristo en la normalidad de cada día. “Pues el que quiere salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará”.
Siguiendo al Señor el alma se abre a las necesidades de los demás. El Espíritu Santo le va llenando de gozo y de paz; le da fortaleza para soportar las contrariedades y las dificultades que se encuentra en su camino; y le da la luz necesaria para comprender la afirmación del Señor con la que concluye hoy el Evangelio: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Caminar con Cristo abre nuestra alma a la luz de la Resurrección; y nos convencemos de que nada en la tierra nos debe apartar del Amor de Dios, manifestado en la Cruz de Cristo.
La Virgen María, que caminó siempre con su Hijo y vivió con Él en el dolor y la muerte de Cruz nos acompañe a todos en la tierra y hasta el Cielo.
Ernesto Juliá Díaz