«En aquel tiempo, entre la admiración general por lo que hacia, Jesús dijo a sus discípulos: “Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres. Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que no cogían el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto». (Lc 9,43b-45)
El Evangelio de hoy nos sitúa en un momento cumbre y trascendental de la vida de Jesús. En Cesarea de Filipo había sondeado a sus discípulos para saber quién decía la gente que era Él (Lc 9, 18-19), y había provocado la «confesión de Pedro» que le ha reconocido como el Mesías, es decir, el Enviado de Dios para salvar a los hombres, «El Cristo de Dios» (9, 20). Es entonces cuando Jesús va a comenzar su camino hacia Jerusalén, su «via crucis»: desde Cesarea de Filipo va emprender su último viaje hacia la ciudad que mata a los profetas (según el evangelista Lucas, ocho días más tarde, en la revelación del monte, Moisés y Elías aparecerán hablando con Jesús de «su éxodo, que iba a cumplir en Jerusalén») (9,31).
En Cesarea, Jesús les ha comunicado, por primera vez a sus discípulos, lo que le esperaba en Jerusalén, el rechazo, ejecución, muerte y resurrección: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día» (9, 22). Ahora, camino de la ciudad santa, tras haber vivido la experiencia mística de la Transfiguración (9,28-36), por segunda vez, Jesús anuncia a sus discípulos el desenlace dramático de su existencia: «Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres» (9,44) tal y como se lo había dicho unas semanas antes, pero, afirma el evangelista, «ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto» (9,45).
¿Cómo es posible que no se enterasen de lo que el Maestro les estaba diciendo? El evangelista nos da una clave de comprensión, afirma que «les estaba velado de modo que no lo comprendieran» y, además, dice que «temían preguntarle acerca de este asunto». ¿De qué asunto se trata? De la misión de Jesús, de su Pascua, tal y como se lo desvelará en el tercer y último anuncio: «Mirad que subimos a Jerusalén, y se cumplirá todo lo que los profetas, escribieron para el Hijo del Hombre; pues será entregado a los gentiles, y será objeto de burlas, insultado y escupido; y después de azotarle le matarán, y al tercer día, resucitará» (18,31-33). Sin embargo, los discípulos seguían sin hacer grandes progresos: «Ellos nada de esto comprendieron: estas palabras les quedaban ocultas y no entendían lo que decía» (13,34).
¿Cuál era la preocupación de los discípulos en estos momentos? Ante el trascendente anuncio que Jesús acaba de hacer, los discípulos parece que están en otra «onda», sus proyectos y preocupaciones no están puestos en acompañar a Jesús en su pasión y muerte, ellos andan a otra cosa, en el camino de Cesarea de Filipo a Jerusalén han venido discutiendo de «quién de ellos sería el mayor» (9, 46). Este «otro asunto» era el que traía de cabeza a los discípulos de Jesús y, en el fondo, les había ofuscado el corazón para comprender lo que su Maestro estaba viviendo y padeciendo.
Conocemos el desenlace dramático de la Pascua de Jesús: la traición de uno de sus discípulos, la negación de Pedro, el abandono de todos… ¡Esta es nuestra condición humana! Jesús nos invita a coger nuestra vida en peso, a afrontar nuestro propio y personal destino, aceptando lo que nos aguarda (vejez, enfermedad y muerte) y nosotros nos alienamos con tantas proyecciones y castillos en el aire que se nos derrumban y caen en cuanto aparece la cruz, el dolor, el sufrimiento y la muerte.
Para saber leer nuestra historia personal necesitamos tener el Espíritu de Jesús; es Él el que nos descifra los renglones torcidos de nuestra existencia; Él es quien nos hace comprender que la cruz es el camino a través de la cual el Señor nos lleva a la luz pascual. Esto es lo que hizo el Resucitado en la mañana de Pascua en la que persistía la dureza de corazón en sus discípulos: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras» (24,25-27).
Necesitamos pedir al Espíritu Santo que nos abra las inteligencias para comprender las Escrituras y descubrir que en efecto, «así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día, y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas» (24, 45-48).
Preguntémosle abiertamente a Jesús sobre el «asunto» de su Misterio Pascual y celebrémoslo gozosamente en esta Eucaristía en la que Él nos pasa de la oscuridad a la luz, de la muerte a la resurrección. Y no temamos, Él está a nuestro lado todos los días de nuestra vida hasta el fin del mundo.
Juan José Calles