Habría que advertir a los partidarios del aborto a fin de que no argumenten con argucia, pues aseverar que “las iglesias deben respetar la vida de las mujeres dominicanas en el contexto de la interrupción del embarazo” es pura y simple demagogia. La mortalidad materna nada tiene que ver con la despenalización del aborto. Países abortistas como Haití o Bolivia tienen una de las tasas más altas de mortalidad materna de América Latina y el Caribe, en cambio otros no abortistas como Chile, registra el menor índice de dicha mortalidad. No depende de la despenalización del aborto sino de la eficacia del sistema sanitario de cada país. Por lo demás, los casos en los que pueda hallarse en peligro la vida de la madre ya están contemplados en nuestra legislación, sin confundir el mal llamado “aborto terapéutico” con un “aborto indirecto”. Me remito para ello a la editorial del Listín Diario del 16 de diciembre en curso titulado: “Diez años de abortos con el protocolo”, así como al Comunicado de las iglesias evangélicas en sus números 7, 8 y 9 en ese mismo periódico y día.
Tildar, por otro lado, a las iglesias de retrógradas por defender la vida es llanamente bochornoso, porque la vida es progreso, la muerte, inevitable retroceso, por lo que son verdaderamente progresistas los defensores de la vida, no aquellos que ante los problemas y sufrimientos no encuentran otra alternativa que la muerte. Últimamente se está rescatando el término “decimonónico” para denominar a los defensores de la vida, aludiendo con ello, a su pretendido anclaje en un mundo que ya ha pasado.
Pero, ¿cómo habríamos de denominar a los que promueven la muerte? Parecen un poco más avanzados, por lo que les podríamos llamar “vigésimos” o “vigesimoprimeros”. Pero resulta que el siglo XX ha sido, sin dudo, el más sangriento de la historia, con guerras interminables desde los albores de la centuria hasta el final, comenzando con la guerra de los Boers y terminando con la de Irak. Nuestro siglo XX ha padecido dos terribles guerras mundiales y ha visto el nacimiento y la caída de dos de las más negras ideologías del mundo con millones de muertos a sus espaldas, así como el genocidio de millones de personas, empezando con la masacre de armenios o el holocausto judío así como el exterminio de poblaciones enteras para implantar los delirios de la mente humana, desde la Rusia soviética hasta la Camboya de Pol Pot.
Y entre los genocidios perpetrados en el siglo XX, el mayor, con mucho, es el del aborto, que ya es ahora con creces, el mayor genocidio de la historia de la humanidad. Y el siglo XXI no ha empezado con mejores augurios, antes al contrario: la barbarie y la sinrazón se están imponiendo en el mundo entero impulsados por una nueva ideología, tan nefasta o más que las anteriores, aunque se revista de progresismo y democracia, cuando en realidad es la peor de las dictaduras. Es, así mismo, una falacia o una ingenuidad, defender, como hacen algunos, que con las observaciones del presidente a la Cámara de los Diputados no se abre la veda para el aborto libre, sino únicamente en los tres supuestos indicados. Pero, dando por asentado, que no ha lugar para los dichos supuestos, por lo dicho en otros momentos, no se debe olvidar que estamos sometidos a durísimas presiones de organismos internacionales que pretenden pura y simplemente, imponer el aborto en cualquier circunstancia y a libre decisión de la mujer, otorgándole un supuesto derecho a decidir sobre la vida que lleva en su seno, es decir: a dar licencia para matar a su propio hijo. Esto es lo que está ya ocurriendo en muchos de aquellos países que comenzaron del mimo modo -tenemos el caso de España, o el de Bélgica u Holanda entre muchos otros-. Es siempre el primer paso, detrás vienen otros muchos hasta imponer la cultura de la muerte.
Hoy son los niños por nacer, mañana los ancianos o enfermos terminales que ya no son útiles para la comunidad, y llegará el día en el que se exija “certificado de calidad” para poder nacer, ya que la “sociedad” no podrá tolerar a las personas deficientes físicas o mentales. En definitiva es lo que hacía la Alemania nazi y lo que defendían sin rubor ciertas asociaciones eugenésicas que propugnaban la pureza de la raza. Son tiempos nuevos y se utilizan métodos nuevos, pero la mentalidad de fondo sigue siendo la misma.
Una sociedad que no sabe acoger en su seno el sufrimiento inevitable que conlleva la vida y, en vez de proteger a las víctimas y apoyar la maternidad se decide por suprimir la vida inocente, es una sociedad que no se respeta a sí misma y que se encuentra en caída libre. Si hoy día consideramos con horror las prácticas de la esclavitud de nuestros tatarabuelos, ¿qué no dirán las generaciones futuras de un tiempo como el nuestro que no sabe respetar la vida? La historia mirará con horror a nuestra generación que habrá arrojado sobre sí la mancha indeleble del asesinato de los inocentes.
Los que defendemos la vida estamos de lado de los indefensos, no solamente del niño no nacido o de los enfermos incurables, sino de las madres, principales víctimas de todo esto, a las que se les intenta convencer de que tienen derecho a matar a sus propios hijos, cargándolas con un trauma terrible para toda su vida. El aborto, como decía el filósofo Julián Marías es el mayor drama de nuestro tiempo, y la beata Madre Teresa de Calcuta, afirmaba que si se permite a la madre matar a su hijo, toda violación de la vida humana está permitida. ¿Queremos sumarnos también nosotros a esta barbarie?
Ramón Domínguez. Director del Pontificio Instituto Juan Pablo II para el estudio sobre el Matrimonio y la Familia