“Dijo Jesús a sus discípulos: “Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que viene del Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará”. (Jn 16, 12-15)
En su discurso de despedida de los discípulos en la sobremesa de la Cena Pascual, Jesús sorprende a los suyos anunciándoles los frutos de su pasión, de su muerte, y de su resurrección gloriosa, es decir, todo aquello que antes no quisieron reconocer y que tampoco son capaces de comprender ahora. Son palabras misteriosas, fuera todavía de su alcance, son el anuncio de lo sublime, la explicación acabada y precisa de la unión hipostática de las tres personas de la Santísima Trinidad, a saber, el Padre Creador, el Hijo Redentor enviado por el Padre para habitar entre nosotros, y que se encarnó en santa María Virgen por obra y gracia del Espíritu Santo, y este mismo Espíritu Santo Defensor, que procede del Padre y el Hijo, y que recibe la misma adoración y gloria, y que en todo y por todo, se contienen recíprocamente en su esencia, y son tres personas distintas y un solo Dios verdadero.
Así, el Dios Padre Creador, el Dios del Génesis y del Antiguo Testamento, anunció por medio de los profetas la llegada de un Mesías para la redención del mundo, y ahora, este Dios Hijo, cumplida su misión y glorificado con la resurrección, anuncia a sus discípulos la llegada del Espíritu Santo, el Espíritu de la Verdad, que procede de ambos, pero también les dice: “…el dará testimonio de mí, y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo” (Juan 15, 26-27), y en este “dar testimonio” se comprende a la Santa Iglesia Apostólica fundada por Jesús, que perdurará en la tierra hasta consumación de los siglos.
Jesús sube al Padre y nos deja al Espíritu Santo que alumbrará el camino evangélico de los apóstoles desde Jerusalén hasta los confines de la tierra, con los siete dones de la Sabiduría, la Inteligencia, el Consejo, la Fortaleza, la Ciencia, la Piedad y el Temor de Dios. Y es este mismo Espíritu el que nutre toda la vida de la Iglesia y se esparce entre sus fieles con la gracia santificante de los sacramentos, el ejercicio de las virtudes y de las obras de misericordia, y el misterio inefable de la Comunión de los Santos.
Ven Espíritu Santo, danos a Jesús, y llévanos al Padre.