Las Hermanas Agustinas de la Conversión, quienes nos abrieron las puertas de su casa en la revista Buenanueva n.º 38, hacen de la unidad en el espíritu y en el amor su forma de vida. “Nuestro empeño no es otro que vivir aquí en la tierra la comunión del cielo”, sostienen con entusiasmo. Su casa madre se encuentra en Sotillo de la Adrada (Ávila), donde viven 38 hermanas, en su mayoría jóvenes de distintas nacionalidades. Desde el 2007 trabajan pastoralmente en el Camino de Santiago a través del albergue parroquial de Carrión de los Condes (Palencia). Allí, desde marzo hasta octubre hacen presente a Dios a través de un espíritu de sencillez y confraternidad. Acompañamos a las hermanas en una de sus intensas jornadas y somos testigos de que, lo que comienza siendo para muchos caminantes una simple parada y posta, se convierte, en apenas unas horas, en una experiencia inolvidable del amor de Dios. No hay trampa ni cartón, solo amar y servir, servir y compartir.
La Hermana Carolina (Toledo), la Hermana Érica (Hungría), las hermanas Susana y Diana (Perú) y la Hermana María (Madrid) son algunas de las religiosas que forman la comunidad de la Conversión, y que han estado al frente del albergue en este tiempo. “Fuimos al Camino de Santiago movidas por una inquietud: la de buscar y salir al encuentro de los hombres y mujeres que no vendrían nunca a nuestro monasterio a vivir una experiencia espiritual, pero a los que también queremos ofrecer la alegría de la fe, la palabra de vida de Jesús. El Camino nos daba la oportunidad de entrar en contacto con personas venidas de todo el mundo, preparadas interiormente a recibir una gracia y en actitud de búsqueda. Porque el peregrino es el hombre de la precariedad, el deseo y la esperanza”, explica la Hermana Carolina.
deja tus viejos caminos
La Hermana María tiene treinta y tres años y pertenece a la comunidad de la Conversión desde hace ocho. Muy pronto profesará los votos perpetuos. “Estaba trabajando en una empresa pero no me llenaba. En unos ejercicios espirituales descubrí el amor de Dios en mi vida y sentí que quería servirle. El capellán me invitó a vivir la Pascua con la comunidad de la Conversión en Becerril de Campos. Al llegar sentí una alegría impresionante, lo que indicaba a mi corazón que esta era mi casa. El Señor no defrauda. Compaginamos el apostolado con el estudio y la vida, y esto me llena por completo”.
El albergue de Santa María tiene capacidad para cincuenta peregrinos, aunque todos los días esta se excede. Muchos de ellos repiten la estancia una segunda o tercera vez como hospitaleros voluntarios, es decir, colaborando con las hermanas en las labores diarias: acoger, abrazar, lavar platos, curar ampollas, indicar el camino, sonreír, etc. La vivencia primera les resultó tan impactante que sienten la llamada de acoger como ellos fueron acogidos.
Todas las actividades y encuentros con los peregrinos son libres; simplemente se proponen y nadie está obligado a participar. Sin embargo, la mayoría se suman a ellas. “Este albergue es un buen lugar para la reflexión y la evangelización porque los peregrinos son muy receptivos. Vienen buscando algo y desconocen que es a Dios a quien buscan, pero saben que hay un vacío que llenar. He visto a mucha gente que se ha emocionado en la misa y la bendición, después de pasarse años sin pisar la Iglesia. Esto les ayuda a conocer de cerca la vida religiosa y a cuestionarse muchas cosas”, comenta uno de los hospitaleros.
“Realizamos esta labor con la colaboración de laicos, religiosos, sacerdotes que quieren unirse a nosotras para, en nombre de la Iglesia, recibir y abrazar la vida de los que pasan por nuestra casa —apunta la Hermana Carolina—. Esta experiencia dota a la comunidad de un rostro vivo, dinámico y rico; es también una propuesta para todos los peregrinos que tocados por el Señor quieren continuar la relación con nosotras. De este modo, se les propone volver en años sucesivos para dar a otros lo mismo que ellos recibieron: un luz, una gracia, un signo del Amor de Dios”.
con Dios por compañero
Alfonso es uno de los hospitaleros del albergue. Tiene veintisiete años y desde hace un año es seminarista en el Seminario Diocesano de Madrid. Nacido en Piedralaves (Ávila) cuenta cómo recibió su llamada al sacerdocio. “Viví en mi pueblo hasta los dieciocho años, que fui a Madrid a estudiar Biología. A través de una profesora “consagrada a Dios”, con la que hacía el proyecto de fin de carrera, conocí a un grupo de chavales católicos. Desde hacía tiempo había dentro de mí una inquietud religiosa. Incluso lo dejé con mi novia porque ella no tenía fe. Entonces empecé a preguntarme qué quería Dios para mí, pues no entendía muy bien la situación. Hice unos ejercicios espirituales y ahí sentí fuerte la llamada. Luego se me confirmó”.
Para Alfonso es un misterio la capacidad de trabajo de las hermanas. “¡No se cansan! Yo estoy agotado y ellas siguen sin inmutarse”. Aunque reconoce tener la respuesta. “Cuidan mucho la vida de oración y la unen a una intensa actividad de trabajo. Dios les da la fuerza. ¡Del Señor siempre se espera lo mejor!”.
Richard Corner es americano y se encuentra colaborando como hospitalero junto a su mujer. “Comencé el Camino con setenta y ocho años e hicimos la ruta francesa. Fue una gran experiencia y quisimos volver al año siguiente. Siempre hemos hecho una parte como peregrinos y otra como hospitaleros, pero esta es la primera vez que trabajamos con monjas y ha sido estupendo. Esperamos volver”.
Catherine es francesa y todos los años se desplaza hasta Carrión de los Condes como voluntaria. “Las conocí haciendo el Camino de Santiago, y a la vuelta me acerqué al convento. Desde entonces soy amiga de la comunidad. Me ayudan mucho en mi vida de todos los días”.
servir, servir, servir
Un día cualquiera en el albergue parroquial de Santa María, en Carrión de los Condes se inicia con el amanecer. Cuando el sol apenas emite tímidamente sus rayos, el albergue comienza a arrancar la jornada: “Nos levantamos a las seis de la mañana. Abrimos la puerta para que los peregrinos retomen su camino. La comunidad, y quien lo desee, nos reunimos en la iglesia donde tenemos un rato largo de oración con el oficio de lecturas, la meditación personal y la lectura del Evangelio. Luego rezamos las Laudes y, a continuación, desayunamos. Desde las nueve de la mañana hasta las once limpiamos y preparamos la casa para la nueva acogida desde las doce del mediodía. Un grupo de nosotros explicamos el horario, les mostramos dónde van a dormir, etc., mientras otros siguen preparando la comida. A las 14:00 horas se come y a las 17:00 h. convocamos a los peregrinos a rezar Vísperas. A las 18:00 h. tenemos el encuentro musical y al acabar preparamos la cena. A las 20:00 celebramos la eucaristía y después la bendición especial. Finalizamos con la cena compartida, despedida y recogida del día. A las 22:30 cerramos la puerta. La comunidad tiene una pequeña oración en la capilla y sobre las 23:00 h. nos retiramos”, detalla la Hermana Carolina.
Como se aprecia, es una intensa jornada de trabajo y servicio donde Dios se hace presente a través del amor al prójimo. “El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos” (Mc 10,43-44), decía el Maestro y secundan las hermanas.
En el primer encuentro, cuando se abren las puertas a las doce —y antes de nada— se reza un padrenuestro junto con una oración: «Señor, queremos acoger a todos los que están a nuestra puerta en tu nombre. Haznos instrumentos de tu amor, danos magnanimidad, paciencia, comprensión, compasión con ellos, danos apertura para que podamos acoger a cada uno de estos peregrinos como si fueras tú. Amén».
A continuación se les ofrece un té a los peregrinos, se registran sus datos y se les acompaña a la habitación. Después de la comida y tras un descanso, tiene lugar un encuentro cuyo punto común es la música. Se comienza cantando la emotiva canción de «Gracias a la vida» de Violeta Parra y se sigue con temas tan populares y universales como «Guantanamera», «Qué será, qué será, qué será», etc. que pretenden crear entre todos un ambiente de confraternización. Así, muchos peregrinos se lanzan a cantar canciones típicas de su país, otros bailan, tocan la flauta, la gaita… Se termina con un poema de León Felipe musicado por una hermana.
«¿Cómo podré abandonarte, Efraín?»
Tras la fraternidad que fortalece la música, se les invita a que se presenten y compartan las razones de su peregrinación, que son tantas y tan variadas como peregrinos: por tener un encuentro de conversión, como reto personal, motivos turísticos, deportivos, deseos de aventura, etc. A continuación, la Hermana Carolina aprovecha para explicar que cada hombre tiene un camino único y personal que recorrer. “Esta es la aventura de vivir. Nadie recorre el mismo camino que tú haces. Cada vida es valiosa porque siempre es nueva. Pero en este camino uno no va solo; nos dirigimos todos a una meta común, que es el Corazón de Dios». Después de estas palabras se invita a los peregrinos a participar de la eucaristía, la bendición y la cena.
La eucaristía finaliza con la bendición a los peregrinos. El sacerdote realiza una oración en la que ruega a Dios por cada uno y sus circunstancias. Impone las manos sobre sus cabezas y les hace la señal de la cruz en la frente. Mientras, las hermanas cantan una hermosa canción de bendición: «Oh Dios, que sacaste a tu siervo Abraham de la ciudad de Ur de los caldeos, lo guardaste en todas sus peregrinaciones y fuiste el guía del pueblo de Israel a través del inmenso desierto, te pedimos que protejas a estos siervos tuyos que peregrinan hasta Santiago de Compostela. Sé, para cada uno de ellos, el compañero en la marcha, la guía en las dificultades, el aliento del cansancio, defensa de los peligros, albergue en el camino, sombra en el calor, luz en la oscuridad, consuelo en sus pensamientos y firmeza en sus propósitos, para que puedan llegar al término de su camino y puedan volver a sus casas llenos de alegría, amor y de paz. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén».
Al acabar, la comunidad ofrece un obsequio a los peregrinos con el fin de que nunca olviden su paso por el albergue. Se trata de una pequeña estrella de papel, símbolo de la presencia del amor de Dios en la vida de cada hombre. “Cristo ha dicho que Él es el Camino, la Verdad y la Vida, recordadlo cuando veáis este pequeño signo”, les exhorta la Hermana Carolina.
Tras la cena llega el descanso. La Hermana Carolina expresa en nombre de la comunidad de acogida unas emotivas palabras: “Gracias porque es vuestra presencia lo que hace posible este clima tan bonito de fraternidad. Mañana nosotros nos quedamos aquí, vosotros continuáis el camino y nos gustaría acompañaros de algún modo. A la misma hora que se abren las puertas, a las seis, nosotras nos preparamos para ir a la capilla, a la iglesia de Santa María a rezar por todos los peregrinos. Confiamos a Jesús vuestros nombres, vuestros rostros, vuestras historias… Podéis escribirnos para pedirnos oraciones, para contarnos alguna experiencia del Camino, o si queréis volver como hospitaleros otro año para devolver lo que habéis recibido. Recordad que no estáis solos, que Dios os ama y camina con vosotros”.
«con cuerdas de amor los atraje hacia mí»
De tal manera cala esta experiencia en el corazón de quien la vive que difícilmente puede olvidarla. Después de haber sido vivificado por la fe en Cristo a través de las hermanas, el peregrino —hombres y mujeres nuevos— sale a continuar su camino consciente de que Jesús es real y está vivo. Entre los muchos de ellos destacamos a Sanjuan, procedente de Sudáfrica. Cuenta que ha venido solo desde su país para realizar el Camino de Santiago con la intención de encontrarse con Dios. “Puedo ver el amor de Dios en los ojos de las hermanas. Son como ángeles”.
Mar, Reme, Montse y Yolanda son cuatro amigas que desde hace algunos años reservan una semana de sus vacaciones para realizar un tramo del Camino de Santiago. “Nos ha sorprendido el espíritu de animación y entrega por parte de las hermanas y de los hospitaleros. Les miras a la cara y dices: ¡Madre mía!, son puro amor!”.
También guardamos en el recuerdo a una joven surcoreana, de nombre imposible de transcribir, pero que con gran emoción detalla cómo avanza el catolicismo en su país, ya que en este último año han sido bautizadas más de cien mil personas en Corea del Sur. “Estoy aquí porque perdí mi trabajo y necesitaba pensar sobre mi vida y mi futuro. Me encanta la experiencia del Camino de Santiago y la de este albergue en concreto. Puedo creer que Dios está conmigo y eso me da confianza”.
Carlos, de Barcelona, es otro de los peregrinos agradecidos. “Me voy a Alemania a trabajar y esta es mi manera de despedirme de España. Desde hacía dos años no iba a misa y al hacerlo hoy ha sido como volver a ser niño. Recorrer el Camino te ayuda a plantearte el sentido de la vida y, a poco que tengas una sensibilidad cristiana, piensas en Dios”.
María y Ana son dos hermanas de Cádiz que se disponen a realizar la última parte del Camino, desde Cebreiro hasta Santiago de Compostela. Sobre este albergue no escatiman en elogios. “Nos encanta. Hacen que todos los peregrinos, aunque seamos de distintas nacionalidades, nos sintamos unidos. Aquí se derrama el amor de Dios a través de las hermanas. Sus ojos tienen un brillo especial… Llama la atención que sean tan jóvenes, tan llenas de vitalidad”.
Para Ana, natural de Cuenca, el Camino es una metáfora de la vida. “Produce un apego muy intenso y rápido a las personas porque hablamos unos con otros con sinceridad sobre nuestra vida. Aunque yo no soy muy religiosa, en el Camino se aprecia muy bien que hay una relación entre lo divino y lo humano. Si Dios se hace presente en algún sitio, desde luego es aquí. Si solo se busca el ejercicio físico, acaba por aburrir, por eso el Camino va más allá”.
Rut es una joven de 24 años, que, aunque no es hospitalera, ayuda en el albergue. “Lo que más me llamó la atención cuando las conocí es que no juzgan nada: ni quién eres, quién has sido, qué haces, cómo vienes… ¡A través de ellas se manifiesta la misericordia de Dios! También transmiten un gusto por hacer oración. Escuché a una hermana decir: ‘Ese infierno tuyo Él ya lo ha abrazado’ y esa frase me hizo encontrar el perdón”.
Al final del día, las hermanas tienen un encuentro con el Santísimo en su pequeña capilla. Invocan a Dios por todos los peregrinos que han pasado ese día por el albergue, recordando uno por uno. “Los confiamos a Jesús porque ellos han sido la visita de Dios para nosotros. Solo reconociendo que ellos son Jesús, podremos acostarnos en paz, como Simeón al final de sus días. Repasamos en el corazón esos rostros, esas miradas, esas personas, todos esos nombres», explica la hermana Carolina.
Finaliza la jornada con una oración a María, confiándose en sus manos. Al día siguiente, el amanecer trae consigo nuevas energías. A las siete de la mañana se inicia la jornada de cara a Dios, mediante el Oficio de lecturas cantado con cítara. Tras una hora de oración personal, a los hospitaleros que se marchan para ser reemplazados por otros se les despide de un modo muy especial y emotivo; las hermanas les lavan tiernamente las manos y se las besan para que puedan seguir «sirviendo».
Victoria Serrano Blanes