«En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos: “Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. A su tiempo, envió un criado a los labradores, para percibir su tanto del fruto de la viña. Ellos lo agarraron, lo apalearon y lo despidieron con las manos vacías. Les envió otro criado; a éste lo insultaron y lo descalabraron. Envió a otro y lo mataron; y a otros muchos los apalearon o los mataron. Le quedaba uno, su hijo querido. Y lo envió el último, pensando que a su hijo lo respetarían. Pero los labradores se dijeron: ‘Este es el heredero. Venga, lo matamos, y será nuestra la herencia’. Y, agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. ¿Qué hará el dueño de la viña? Acabará con los labradores y arrendará la viña a otros. ¿No habéis leído aquel texto: ‘La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente’?». Intentaron echarle mano, porque veían que la parábola iba por ellos; pero temieron a la gente, y, dejándolo allí, se marcharon». (Mc 12, 1-12)
La viña es el pueblo de Israel; y es también toda la humanidad. La viña del Señor es la Iglesia; y en la Iglesia, lo somos también cada uno de nosotros. Dios nos ha creado a su imagen y semejanza, y nos ha constituido en hijos suyos. Por la gracia del Bautismo nos ha convertidos en hijos suyos en su Hijo Cristo Jesús; y nos ha incorporado a la familia de Dios, enviándonos el Espíritu Santo; el amor de Dios derramado en nuestros corazones. El Señor nos ha hecho, en verdad, Viña suya, y viñadores de la viña que somos cada uno de nosotros. Y espera que demos fruto.
¿Qué frutos espera recibir Dios de nosotros? ¿Acaso Dios tiene necesidad de sus criaturas? Dios quiere que el hombre coopere con Él en la creación, y lo crea hombre y mujer. Dios quiere que coopere con Él en la redención del mundo, en la liberación del pecado, y lo constituye “hijo en el Hijo”. Dios quiere que el hombre viva con Él la santificación del mundo y le invita a predicar Su Nombre por toda la tierra. Le invita a ser santo y apóstol.
El Señor asienta, así, su Reino en el corazón de cada uno de nosotros. Y cuida de que su Reino dé fruto para nosotros, para toda la Iglesia, para todo el mundo. Y Él sabe que el fruto que espera, nuestro bien, son las buenas obras que hacemos por los demás, por los otros hijos de Dios, por todos nuestros hermanos.
La alegría de Dios, lo que espera de nosotros, es ver el Reino crece, y que cada uno “caminamos en la Verdad”; que nuestra Fe en su Hijo Jesucristo está viva, que nuestra esperanza en la vida eterna es una luz que guía nuestro caminar; que nuestra caridad nos enriquece, porque amamos a “nuestros amigos”, y procuramos ser “buenos samaritanos” con las personas que sufren y que nos encontramos en nuestro camino. Y así la luz de su Reino, de su Viña, llega a todos los rincones del mundo, y nosotros descubrimos la realidad de su amor por nosotros.
¿Quienes son esos enviados que Dios manda a la viña? Israel recibió profetas, jueces, que les ayudaron a encontrar el camino en el desierto, que les recordaron los mandamientos del Señor para que el Señor bendijera sus acciones y les ayudase en sus batallas y trabajos. Para cultivar bien la viña, nosotros recibimos las orientaciones de la Iglesia —del Papa, de los obispos, de los sacerdotes, de nuestros amigos que nos ayudan a frecuentar los sacramentos, etc. —; los consejos de nuestros padres, de nuestros maestros. Y, muy especialmente, siempre tenemos dentro de nosotros una luz recibida de Dios para ayudarnos a no perder nunca el camino: la Conciencia.
«En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se da así mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal…El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su corazón…La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella coraje» (Catecismo 1776).
Dios no se cansa de enviarnos mensajeros. Y nos ha enviado a su Hijo, Jesucristo Nuestro Señor, para que siempre esté con nosotros, para que nunca nadie pueda decir lo que el enfermo de la piscina probática: «No tengo hombre». Nadie me ayuda a llegar a la piscina cuando el ángel remueve el agua.
Jesucristo nos dice que Él es: «el Camino, la Verdad y la Vida». Si le seguimos en el ejemplo de su vida entregada por nosotros, para nuestra salvación, cuidaremos la viña, y daremos fruto. Si le seguimos en sus palabras, en sus enseñanzas, todas nuestras acciones estarán movidas por el amor a Dios, por el amor a nuestros hermanos los hombres, cuidaremos la viña y daremos fruto. Si le seguimos en los Sacramentos, Cristo injertará nuestra vida en la Suya, anunciaremos su Palabra, amaremos la Iglesia, serviremos a todos los hombres, cuidaremos la viña y daremos fruto.
Y nunca caeremos en la tentación de «apoderarnos de su Viña». De cambiar sus enseñanzas y sustituirlas por nuestras ideologías; de cambiar sus Mandamientos, y sustituirlos por nuestros gustos y apetencias; de no alimentarnos de su Palabra, y contentarnos con el vacío de nuestra inteligencia. Caminaremos en la tierra hasta llegar al Cielo haciendo el bien, alimentándonos con los demás de los frutos de la viña; agradeciendo a Dios que nos haya regalado la Viña; y nos haya dado fuerzas para ser los viñadores.
Ernesto Juliá Díaz