En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: – «Paz a vosotros.» Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: – «¿Por qué os alarmáis;» ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.» Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: – «¿Tenéis ahí algo de comer?» Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: – «Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.» Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: – «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto» (San Lucas 24, 35-48).
COMENTARIO
Los discípulos, desconcertados, aplastados por el trágico final de su Maestro no acaban de creer a las mujeres que han venido corriendo desde el sepulcro a dar la gran noticia: Jesús ha resucitado. Pedro ha ido apresuradamente al sepulcro, lo ha encontrado como habían dicho las mujeres, pero asombrado, no sabe qué pensar, hasta el momento en el que Jesús en persona se le ha manifestado. Entonces ha creído y se ha regocijado con los Once, reunidos nuevamente después de la dispersión. Han vuelto también precipitadamente los dos de Emaús que unen su experiencia a la de Pedro. En esto, Jesús aparece en medio de ellos.
Las primeras palabras del Resucitado son todo un programa: “La paz con vosotros”. No podía ser menos. Cristo ha venido a traer la paz a los corazones cansados de la humanidad, pues el hombre no puede tener paz ni descansar mientras tenga una amenaza pendiente sobre su cabeza. Puede ser una enfermedad, un fracaso, cualquier tipo de dificultad para que esté permanentemente en tensión. Nadie puede descansar bajo la amenaza de algún enemigo. Y el último enemigo vencido será la muerte. Pues bien, ¡Cristo ha vencido a la muerte! Ahora ya se puede entrar en el descanso. Se trata del primer fruto de la resurrección del Señor. Por ello, Pablo podrá exclamar: “¿Quién me apartará del amor de Dios?, ¿hambre, espada, desnudez? Si en todo vencemos por aquel que nos amó”. Por ello, el cristiano vive descansado, reposado, sin temor, como expresa también Teresa de Jesús: “Nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta”.
Después de mostrarles que no es ninguna ilusión sino alguien de carne y huesos, les abre el entendimiento para que comprendan el sentido de todo lo que ha pasado. Lucas lo recalca por tres veces, casi con idénticas palabras: los ángeles se lo habían explicado a las mujeres, el caminante a los dos de Emaús y, ahora, el resucitado les aclarará: “Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones”. El evangelista nos ha ido recordando a lo largo de todo el evangelio el destino de Jesús. En la Transfiguración ha presentado a Moisés u Elías hablando con Jesús acerca de su tránsito que debía cumplir en Jerusalén, y en la segunda parte de su evangelio, mientras Jesús emprende el camino que le llevará desde Galilea hasta la Ciudad Santa ha ido preparando a sus discípulos para la gran revelación. Entonces no lo entendieron o no quisieron entenderle porque no podían comprender el misterio del amor infinito de Dios. Ahora Jesús les hará ver el misterio de su persona. Su naturaleza, como la de Dios que es, es entrega, don total de sí, amor sin límites. Esta entrega en su libertad omnipotente es lo que caracteriza su esencia. Por eso no tiene límites, por eso Dios puede entregar a su Hijo por la redención de su criatura rebelde y de este mundo pecador y perdido es capaz de llevar al Hijo hasta el abandono por Dios en la cruz y el descenso a los infiernos. Pero la última palabra sigue siendo la primera, pues Dios es Vida y el Amor todo lo puede, pues es más fuerte que la muerte.
Esta es la gran noticia que los discípulos han de llevar a todas las naciones. Es la palabra de vida, la única esperanza que le queda al hombre. Es, ahora, nuestra tarea. No se puede callar esta palabra ni guardar porque las circunstancias no sean favorables. Es necesario proclamarla a tiempo y a destiempo, aunque ello conlleve persecución y fracaso, pues el amor no se detiene ante dificultad alguna, dispuesto a todo, hasta entregarse como Cristo a la muerte para traer vida al mundo.