«En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, sí quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: ‘Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar’. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”». (Lc 14,25-33)
Parecen muy fuertes y escandalosas estas palabras que Jesús da a esa mucha gente que le acompañaba. Hoy somos muchos también los que le acompañamos, y esta Palabra también es para nosotros hoy: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío”.
El corazón de la Torá está en la oración del Shemá (Dt 6, 4-9): “Escucha Israel, amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza”. Este es el mandamiento principal (Mt 22,37). Idolatría es amar a nuestro padre, a nuestra madre, a nuestro esposo o esposa, a nuestros hijos, o a nosotros mismos, más que a Dios. Como idolatría es amar al dinero más que a Dios. Porque no se puede servir a dos señores: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24, Lc 16, 13). Jesús en persona nos da la respuesta: “el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”.
Entonces ¿qué podemos hacer? ¿Cómo empezar la construcción sin saber si la podremos terminar? ¿Cómo luchar contra nuestros enemigos sin saber si podremos ganar la batalla? La misma Palabra viene en nuestra ayuda. El salmo 127 es un canto de abandono a la Providencia: “si el Señor no construye la casa en vano se afanan los constructores; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas”, porque el Señor “colma a su amado mientras duerme”.
No se trata de ser rico para construir una torre, sino de ser pobre de espíritu “porque de ellos es el Reino de los Cielos”. No se trata de ser fuerte para ganar la batalla a nuestro enemigo, sino de ser manso y humilde, “porque ellos poseerán en herencia la tierra”.
Javier Alba