“Ser padres es más que tus hijos se te parezcan”
Alfredo y Lola llevan 21 años de matrimonio y, desde entonces, saben que “en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rm 8,28). Cuando decidieron casarse tras un largo noviazgo de casi siete años, tenían perfectamente diseñado el proyecto de vida que deseaban: disfrutarla al máximo con gustos y comodidades, esperar y espaciar los hijos, evitar los problemas innecesarios. etc. Sin embargo, el Señor acampó en sus vidas y, por puro amor y misericordia, no permitió que sus empobrecidos planes humanos siguieran adelante, sino que les ofreció un camino próspero de bendiciones. Eso sí, para ello había que confiar en su Palabra, y ambos lo hicieron.
El don de fecundidad que tiene el amor dentro del matrimonio no se limita a la mera procreación biológica, sino que va más allá. Se extiende a la vida moral, espiritual y sobrenatural para mayor fortalecimiento de los esposos y testimonio hacia cuantos los rodean. Para este matrimonio, la entrega sin reservas al otro es la mejor garantía de vida con mayúsculas.
¿Cuándo comenzó vuestra experiencia de fe?
Alfredo: Los dos hemos recibido una educación cristiana; pero, cuando entras en la adolescencia y con las inquietudes propias de los 16 ó 17 años, te vas desligando de la Iglesia hasta dejarla por completo, pues crees que se vive mejor fuera de ella. Para casarnos tuvimos que hacer un cursillo de novios y entonces volvimos a pisarla. Al año nos llamaron a las parejas para una reunión con los catequistas y tiempo después hicimos las catequesis para adultos. Desde entonces empezamos a sentirnos de nuevo parte de la Iglesia y a conocer el amor de Dios en nuestras vidas.
Concretamente, ¿cómo empieza a materializarse ese amor en vosotros?
Lola: Cuando experimentas el amor que Dios te tiene, te permite descubrir que has sido creado por amor y para amar, porque recibes un amor sin medida y gratuito. Entonces necesitas dar ese amor a los demás y fue cuando yo particularmente descubrí mi misión de madre y esposa, pues hasta ese momento estábamos evitando los hijos.
¿Qué cambios en vuestra vida os produce el conocimiento de Dios?
Alfredo: Yo era una persona muy recta y justiciera, pero conocer a Dios me ha hecho vivir el día a día mirando la trascendencia de la vida. En aquel momento, retornar a la Iglesia nos permitió abrirnos a la vida. Poco después ella se quedó embarazada, pero antes de llegar a término le hicieron una cesárea de urgencia, pues a nuestro hijo le diagnosticaron lo que se conoce como CIR —crecimiento intrauterino retardado—, es decir, que hay un retraso del desarrollo y crecimiento del feto, por lo que, a los dos días de nacer, se murió.
¿Cómo afrontasteis este acontecimiento de dolor?
Lola: Yo pasé por una época de desierto con muchos interrogantes y muchas dudas. El Señor me dejó sola frente a Él. Pasó el tiempo y seguía sin menstruar, los médicos me decían que era normal por la pérdida de un hijo, pero yo no estaba tranquila.
¿Y a qué se debía entonces?
Lola: Cuando pasó un año de la cesárea me volvieron a estudiar y el ginecólogo se dio cuenta de que durante este tiempo yo padecía unas adherencias en el útero debido a la intervención y que me cerraban totalmente las trompas. Esto suele ocurrir también después de los abortos; pero, cogido a tiempo, no pasa nada. En mi caso y por negligencia médica, ya no había remedio y me dijeron que nunca más podría quedarme embarazada.
¿Cómo reaccionasteis ante este desatino?
Alfredo: Como estábamos en la Iglesia pudimos perdonar y discernir que era voluntad de Dios. Reconozco que de no ser así hubiera sido capaz de matar al médico.
el amor es más fuerte que la muerte
¿Y continuó Dios aconteciendo en vuestras vidas?
Lola: Por supuesto. Pasó el tiempo y seguíamos sintiendo la llamada de ser padres, pues ser padres es mucho más que los hijos se parezcan a uno mismo. Empezamos a plantearnos que si había padres que no podían cuidar a sus hijos, esos niños eran para nosotros. El amor de Dios es como un río que te arrastra; se te van los prejuicios de la carne y descubres que los lazos del espíritu son más fuertes. Entonces nos planteamos la adopción.
Me imagino que no sería un camino fácil ni sencillo.
Alfredo: Al echar los papeles para la adopción, nos comentaron que podría tardarse una media de diez años en concedernos un niño.
Lola: Entonces decidimos apuntarnos en la otra lista: en la de los niños que esperan padres y no la de los padres que esperan niños; es decir, nos inscribimos para el acogimiento preadoptivo de niños especiales, que, debido a sus circunstancias particulares, es muy difícil que retornen a sus padres biológicos. De esta lista nos llamaron al poco tiempo: imagínate nuestra alegría.
Y así sucesivamente hasta cuatro hijos.
Alfredo: Eso es. Recogimos a Nazaret con 23 días y hoy ya tiene 15 años. Nos llamó la atención su mirada profunda. Tan pequeña como era y ya demostraba unos ojos de abandono que parecían un pozo negro sin fondo; y eso que no dejó de estar atendida desde que nació. Con todo, la niña notaba la carencia de cariño, pues aunque le daban el biberón y le cambiaban el pañal, ella acusaba que cada día la atendía una persona distinta. A los dos días de estar en casa, esa mirada había cambiado. Después, con ella, hemos ido a recoger a sus otros hermanos: Marina, que nos la dieron con 9 meses y tiene 13 años, Daniel con 6 meses y tiene 11 y, por último, Mauro con 8 meses y ahora tiene 8 años.
Como siempre, para Dios nada hay imposible y os ha bendecido en la paternidad cuando parecía una causa perdida.
Alfredo: Desde luego; además, por mi sueldo de funcionario, era muy probable que nos concedieran solamente un hijo o a lo sumo dos, pero nunca cuatro. Con Mauro, una psicóloga y una educadora estuvieron estudiando si era viable su adopción, pues por motivos económicos tenían sus reservas; pero como nos conocían por las adopciones anteriores y venían a casa para un seguimiento posterior, al final dieron luz verde, pues los niños determinaron a nuestro favor. Nosotros sabemos que el proyecto de Dios estaba detrás de todo esto.
Lola: Estos son nuestros hijos, los que el Señor tenía predestinado para nosotros; con nuestras virtudes y nuestros pecados.
¿Qué opinan los niños de esta historia de amor en donde el Señor os ha rescatado de una vida chata y os ha concedido vivir en plenitud entregándoos a los demás?
Lola: Ellos saben muy bien que son adoptados y están muy agradecidos. Cuando son pequeños se resisten a creer que no han estado en mi barriga, pero con el tiempo lo van superando. También les cuesta entender que sus padres biológicos los abandonaran. Nosotros les hacemos ver que sus madres fueron muy valientes por seguir adelante en el embarazo y les pedimos que recen por ellas.
¿Creéis entonces que Dios ha sido bueno con vosotros?
Alfredo: Por supuesto. Las prioridades que teníamos cuando nos casamos no nos habrían hecho felices. Pero hemos podido comprobar cómo, si dejas que Dios actúe, experimentas cuánto te quiere, cuida y provee el Señor.
Lola: De vivir sólo para mí, que era lo que yo quería porque tiendo a ser muy egoísta, he pasado a ponerme casi en el último lugar para darme a los otros, experimentando además que, cuando me dono, hay algo en mí que crece.