En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
-«¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?».
Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo:
-«En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí.
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial.
¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado.
Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños».(Mt 10, 28-3)
La liturgia de la Iglesia Católica celebra hoy la Fiesta de Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Patrona de Europa que ofreció su vida, como la de tantos millones de judíos víctimas inocentes, en el campo de concentración de Auschwitz el 9 de Agosto de 1942. He aquí lo que decía lacónicamente la lista de prisioneros deportados desde Westerbork: “Número 44070: Edith Theresa Hedwig Stein, Nacida en Breslau el 12 de Octubre de 1891, Muerta el 9 de Agosto de 1942”. Fue canonizada por San Juan Pablo II el 11 de octubre de 1998.
Editz Stein fue una buscadora apasionada de la Verdad con toda su alma y de la mano de Santa Teresa de Jesús la descubrió en la humanidad de Jesucristo en quien habita la plenitud de la divinidad, suyas son estas palabras: «Quien busca la verdad, sea o no consciente de ello busca a Dios.» Ella encontró la Verdad, se enamoró de Jesús y le entregó toda su vida hasta «ofrecer su cuerpo como un víctima, santa, agradable a Dios» (Rom 12, 1). Al celebrar hoy la conmemoración de su Fiesta, recordamos las palabras que pronunció San Juan Pablo II el 1 de mayo de 1987 en Colonia (Alemania) con motivo de su beatificación: «Nos inclinamos profundamente ante el testimonio de la vida y la muerte de Edith Stein, hija extraordinaria de Israel e hija al mismo tiempo del Carmelo, sor Teresa Benedicta de la Cruz; una personalidad que reúne en su rica vida una síntesis dramática de nuestro siglo. La síntesis de una historia llena de heridas profundas que siguen doliendo aún hoy…; síntesis al mismo tiempo de la verdad plena sobre el hombre, en un corazón que estuvo inquieto e insatisfecho hasta que encontró descanso en Dios» y las que pronunciaría once años más tarde en Roma con motivo de su canonización: «Queridos hermanos y hermanas, Edith Stein, por ser judía, fue deportada junto con su hermana Rosa y muchos otros judíos de los Países Bajos al campo de concentración de Auschwitz, donde murió con ellos en la cámara de gas. Hoy los recordamos a todos con profundo respeto. Pocos días antes de su deportación, la religiosa, a quienes se ofrecían para salvarle la vida, les respondió: «¡No hagáis nada! ¿Por qué debería ser excluida? No es justo que me beneficie de mi bautismo. Si no puedo compartir el destino de mis hermanos y hermanas, mi vida, en cierto sentido, queda destruida». Al celebrar de ahora en adelante la memoria de la nueva santa, no podremos menos de recordar, año tras año, la shoah, ese plan cruel de eliminación de un pueblo, que costó la vida a millones de hermanos y hermanas judíos. El Señor ilumine su rostro sobre ellos y les conceda la paz (cf. Nm 6, 25 ss). Por amor a Dios y al hombre, una vez más elevo mi apremiante llamamiento: ¡Que nunca más se repita una análoga iniciativa criminal para ningún grupo étnico, ningún pueblo, ninguna raza, en ningún rincón de la tierra! Es una llamada que dirijo a todos los hombres y mujeres de buena voluntad; a todos los que creen en el Dios eterno y justo; a todos los que se sienten unidos a Cristo, Verbo de Dios encarnado. Todos debemos ser solidarios en esto: está en juego la dignidad humana. Existe una sola familia humana. Es lo que la nueva santa reafirmó con gran insistencia: «Nuestro amor al prójimo -escribió- es la medida de nuestro amor a Dios. Para los cristianos, y no sólo para ellos, nadie es extranjero. El amor de Cristo no conoce fronteras».
En este momento de encrucijada histórica en que se encuentra Europa, sumida en una profunda desorientación moral y tentada de encerrarse sobre sí misma a nivel político, económico y social, emerge la figura de Santa Teresa Benedicta de la Cruz como paradigma para la construcción de una Europa que puede crecer sólo desde la búsqueda de la Verdad y la apuesta por una libertad que se entrega a fondo perdido por amor, sólo por amor, compartiendo destino y martirio con el pueblo sufriente, con los corderos inocentes que cargan con los pecados de los poderos y señores de este mundo que sólo buscan sus intereses y seguridades. En la homilía del día de su canonización el Papa Juan Pablo II afirmaba con rotundidad: «Santa Teresa Benedicta de la Cruz nos dice a todos: No aceptéis como verdad nada que carezca de amor. Y no aceptéis como amor nada que carezca de verdad. El uno sin la otra se convierte en una mentira destructora».
Ante una Europa que se rompe en su unidad política; ante una Europa que levanta muros y vallas para auto preservarse; ante una Europa que da la espalda a los gritos de miles de inocentes confinados en campos de refugiados a las puertas de los países europeos, el mensaje que nos ofrece y pide Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Patrona de Europa es este: «El amor de Cristo no conoce fronteras». Ella lo vivió hasta el extremo de no temer la muerte, aún cuando pudo haberla evitado, ella vivió esta palabra de Jesús hasta sus últimas consecuencias: «No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma» por eso el testimonio de su vida y de su muerte sigue vivo entre nosotros que nos alegramos de tenerla como Patrona de Europa. Pidamos para que desde el Cielo siga intercediendo por la Iglesia que peregrina en este viejo continente y nos conceda a los católicos ser hombres y mujeres magnánimos de alma y de cuerpo.
Que el Señor nos conceda hoy esta gracia: ¡Abrir de par en par nuestro corazón al Amor que no pone límites a nada ni a nadie!