«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo’ y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”». (Mt 5, 43-48)
La invitación al seguimiento de Jesús por el camino de la cruz se ilumina al contemplarlo a la luz del corazón mismo del evangelio y, por ende, del cristianismo, que es el Sermón de la Montaña (Mt cap. 5, 6 y 7; Lc 6, 20-49). La composición de Mateo nos presenta a Jesús como el nuevo Moisés. El Sermón de la Montaña es la nueva Torá que Jesús trae, es la Carta Magna de la Nueva Alianza, donde se enseña la vida de los hijos de Dios. El Sermón de la Montaña está dirigido a todo el mundo, en el presente y en el futuro, pero exige ser discípulo y solo se puede entender y vivir siguiendo a Jesús, caminando con Él. El Sermón de la Montaña es la doctrina que da la vida a todo hombre de todo lugar y de todo tiempo. Pues bien, el corazón del Sermón de la Montaña, es este mandato de Jesús a sus discípulos: “Amad a vuestros enemigos” (Mt 5, 44).
Sí, hemos escuchado bien, “amad a vuestros enemigos”. Para comprender el alcance de este mandato del Señor, hemos de saber bien quién es el enemigo al que debemos amar. El evangelista Lucas nos ayuda en este sentido: enemigo es todo aquel que nos odia, nos maldice, nos persigue, nos injuria, nos difama, nos ofende en el honor, nos roba, nos somete a injusticias, nos trata mal (Lc 6, 27-32); enemigo es, todo aquel, que de un modo u otro, se opone al grupo de los discípulos de Cristo. En este caso, Jesús no se limita a una pura recomendación de afecto y cariño (philia), como se debe tener hacia los miembros de la propia familia, ni propone una entrega apasionada (eros), como la que debe de existir entre los esposos, sino que exige una benevolencia activa, desinteresada y extraordinaria con respecto a las personas que se nos presentan precisamente como antagonistas.
Pero, ¿es posible amar así? Este modo de amar, ¿no será una locura? En efecto amar así, es imposible en nuestras fuerzas meramente humanas. No se puede amar al enemigo, porque racionalmente es imposible y, además, una locura. Entonces, ¿cómo es posible que Jesús nos pida algo imposible? Jesús nos pide a sus discípulos que amemos como Él nos ha amado, y Jesucristo nos ha amado, cuando nosotros éramos enemigos suyos. Él es el primer bienaventurado crucificado que muere perdonando a los enemigos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34) y, nos ha dejado a sus discípulos la huella del perdón, del amor al enemigo, como distintivo del Amor de Dios habitando en nuestros corazones.
El Espíritu de Jesús, habitando dentro de nosotros, es el que nos posibilita amar así, con un amor extremado, loco y universal que abraza a todos los hombres, también a nuestros enemigos, a los que nos hacen mal, todos los días.
“Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía enemigos” (Rom 5, 8). El Señor nos pide que amemos como Él, a todos, también a nuestros enemigos. Esta forma de amar es la única que puede mostrar y visibilizar que los cristianos hemos sido “reengendrados de un germen no corruptible, sino incorruptible por medio de la palabra de Dios viva y permanente” (1ª Pe 1,23) y que hemos recibido gratuitamente una naturaleza divina, y así podemos saber que “todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1ª Jn 4, 7). Por tanto, podemos amar como nuestro Padre: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonado” (Lc 6, 36-37).
¿Es verdad que en el Bautismo recibimos esta naturaleza divina? ¿Son cosas utópicas, bromas, o realmente el cristiano ha recibido de Cristo Su naturaleza? ¿Realmente los sacramentos que recibimos alimentan la vida divina dentro de nosotros? Tocamos aquí el corazón mismo del Evangelio, lo distintivo del cristianismo: el amor más allá de todo, un “amor que todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta” (1ª Cor 13, 7). De ahí, que quienes mejor han verificado la verdad del mensaje del Sermón de la Montaña, y, de modo más creíble han interpretado y traducido en la vida las Bienaventuranzas, a lo largo de la historia, hayan sido los mártires y los santos. Ellos son los verdaderos intérpretes de la Sagrada Escritura.
Uno tiene el convencimiento de que solo comprende este mandato del Señor quien lo ha vivido, y que solo puede escribir sobre Él aquel a quien le ha sido dada la gracia de seguir, imitar y amar a Cristo y como Cristo, es decir, en la dimensión de la cruz, amando y abrazando a todos los enemigos: “Padre, perdónalos” (Lc 23, 34). Así murió Jesús, así murieron todos los mártires, y así viven y mueren los cristianos, perdonando.
Juanjo Calles
1 comentario
¿Quien pues podra ser salvo? Para el hombre es imposible, mas para Dios todo le es posible. Si eres Dios puedes lograr amar el enemigo. ¿Cuando venga el dueño de la viña que le hara a los labradores malvados? El Padre es el unico hombre que puede cumplir amar al enemigo cuando venga.