«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Habéis oído el mandamiento ‘no cometerás adulterio’. Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno. Está mandado: ‘El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio’. Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio”». (Mt 5, 27-32)
Sondeemos a la luz de este evangelio el adulterio, mejor dicho, los numerosos tipos de adulterio que se dan cita en el corazón del hombre. Reducir el adulterio a la infidelidad conyugal no es conforme a la verdad. En la espiritualidad bíblica, la infidelidad conyugal es solo la punta del iceberg que nos lleva a adivinar la gran masa que queda por debajo de lo que vemos
Nos servimos del profeta Ezequiel, quien, en nombre de Dios, proclamó su amor y misericordia para con los hijos de Israel prometiéndoles que les daría un corazón nuevo, no un corazón “arreglado”, como cuando se recompone un coche defectuoso en el taller. No, Dios les promete un corazón nuevo salido de sus manos creadoras, tal y como se lo pidió con lágrimas el rey David (Sl 51,11-12).
A todos nos parece normal, y hasta necesaria de urgencia, la súplica de David, por poco que nos conozcamos, pues cuando miramos en nuestro interior encontramos lo que Jesús nos dijo a todos: “De dentro del corazón del hombre salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias…” (Mc 7, 21).
¡Os daré un corazón nuevo!, grita el profeta en nombre de Dios. Sí, os rociaré con agua pura y os limpiaré, arrancare de vuestros corazones vuestras idolatrías e impurezas… y os daré un corazón nuevo y un espíritu nuevo… (Ez 36,25-26).
Os daré un corazón nuevo. He ahí la profecía, la asombrosa promesa de Dios. Y nos preguntamos, ¿cuándo se hará realidad? La verdad es que Jesús ya la ha cumplido. A quien llamamos Rostro, Luz y Palabra del Padre es también ¡su Corazón!, su Padre, nuestro Padre. Al entregarnos a su Hijo nos entregó, con Él, su Corazón; es nuestro, a nosotros nos toca hacer el cambio…, se llama Fe.
Antonio Pavía
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Muchas felicidades en el día de tu santo