«En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el décimo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: el derecho, la compasión y la sinceridad! Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Gulas ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro, y así quedará limpia también por fuera”». (Mt 23, 23-26)
No sé porqué, pero cada vez que se me pone delante un pasaje del Evangelio como el de hoy, empiezan a pasarme por la cabeza cantidad de personas, instituciones, jerarcas, curas, políticos, familias reales (o sea, que no son virtuales, que existen realmente, por favor que no se malinterprete como al alcalde de Valladolid), líderes de los medios de comunicación, maestros y educadores; y así hasta una larga lista que va desde mis vecinos y compañeros más cercanos, hasta el más “honorable” de los hombres de Estado.
Y me repito por dentro: ¡Qué bien les vendría aplicarse el cuento! Y me sale esa vena inquisitorial que llevo dentro. Y cuando me agacho para coger la piedra que merecen se les arroje, resulta que no llego hasta el suelo porque hay algo que tengo en el ojo, que yo creía que era una brizna y resultó ser una viga. Y al quitar la viga de ojo y aclararse un poco la vista, resultó que todas las piedras que había bajo mis pies tenían forma de boomerang. Y, por si acaso, recordé la conocida canción de “Mecano”, bellamente interpretada por Ana Torroja, “Mujer contra mujer” y como dice parte de la letra: “No estoy yo por la labor de arrojar la primera piedra”.
El Evangelio siempre es “buena noticia”, menos cuando se usa como arma arrojadiza. Suele tener “efecto boomerang”.
El Evangelio de hoy es “buena noticia”: Gracias, Señor, por concederme la gracia de verme hipócrita. Dame, Señor, la gracia de la conversión; y aún sabiendo de mi hipocresía, dame la gracia de poder ver mi interior con las entrañas de misericordia con que Tú me ves.
Pablo Morata