Transcribo esta información, porque Ecuador necesita que no olvidemos su sufrimiento.
Manuel Rodicio desde Ecuador: “Y al levantar la mirada veo dolor y más dolor”
OMPRESS-ECUADOR (26-04-16) Manuel Rodicio, sacerdote orensano, misionero en Ecuador, escribe a una semana de producirse el fatídico terremoto, describiendo la situación que están viviendo allí tantas y tantas personas.
“Ayer a las 18h58 se cumplía una semana del terrible terremoto que asoló a las provincias ecuatorianas de Manabí y Esmeraldas. Estábamos en ese minuto fatídico a la puerta de la Iglesia, en silencio, con los ojos perdidos algunos, otros con los ojos cerrados.
Alguna mujercita susurraba ¡Dios mío!, ¡Dios mío! Mientras tanto, las campanas de la iglesia tocaron a muerto con campanadas que pegaban en el corazón, como puñaladas de dolor. Pasados unos interminables minutos, entramos en la iglesia, en la parte menos destrozada, y rezamos el rosario, mezclando Ave Marías y lágrimas en partes iguales. Oramos por los muertos, y también por los vivos que querrían ser ellos los muertos… Y a continuación, celebramos la misa en la que tratamos de respirar esperanza, la confianza puesta en el Señor. Misa en la puerta de la iglesia, porque el Departamento de Obras de la Municipalidad lo cataloga como edificio inseguro.
Todavía no estamos en condiciones de tomar decisiones. Por ahora es prioritario alimentar a las personas sin hogar y apoyarlos en el dolor. Y los damnificados crecen y crecen. No sólo son los muertos y los que perdieron su hogar. Con el terremoto paró todo y, por lo tanto, no hay trabajo.
Nosotros mismos en Manta no tenemos cómo pagar las personas que trabajaban en la parroquia, ya que se les pagaba con lo recaudado de las limosnas. Y esta gente necesita seguir viviendo.
En los próximos días, cuando las urgencias lo permitan, podremos evaluar concienzudamente los daños. De momento en Jipijapa, en Santa María Madre, José Manuel me dice que se dañaron al menos tres capillas. En Manta, donde estoy yo, en la parroquia La Dolorosa, el edificio donde están oficinas, aulas y hogares, está en bastante mal estado, pero parece que podemos recuperarlo. Peor pinta tiene la iglesia, una hermosa iglesia hecha en el año 2000 con el dinero que pagó el seguro de un avión, que en 1997 había caído sobre ella llevándose por delante al párroco y a veintiocho personas. La iglesia no cayó (con hierro y hormigón, no es fácil de tirar) pero se vencieron varias columnas. Los expertos dicen que lo mejor sería derribarla y hacer una nueva, pero ¿con qué? Tendremos que ver.
Y al levantar la mirada veo dolor y más dolor. Sólo en Manta hay por lo menos tres colegios católicos destrozados. En ellos estudiaban más de seis mil niños y jóvenes. También hay siete iglesias dañadas que hay que ver si merece la pena levantarlas.
Y si miro a las personas escucho voces rotas que me dicen: “Padresito, perdí la casa”; “Al lado de mi casa murieron tres…”. Incluso la catedral que nos parecía segura, tiene un informe de unos arquitectos mexicanos que dice que las torres están a punto de caerse.
Esta noche comienza la misa a pocos metros de la iglesia, al pie de algunos escombros donde fallecieron siete personas. Orar en silencio y en silencio dar unos pasos hasta un parque donde celebraremos misa al Dios de la vida.
Bien sé que en los medios de comunicación ya apenas quedan noticias del terremoto, pero por favor… no os olvidéis de nosotros”.
Juan Ignacio Echegaray