En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: – «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?» Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: – «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.» Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: – «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: – «¿También vosotros queréis marcharos?» Simon Pedro le contestó: – «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.» (Jn 6,60-69).
Hoy celebra la Iglesia la memoria de S. Juan de Ávila, patrono del clero secular de España. Y en este sábado de la tercera semana de Pascua seguimos proclamando este largo e importantísimo discurso del Pan de Vida del capítulo 6 del Evangelio de S. Juan, lleno de reminiscencias sobre la Eucaristía y la Vida Eterna. Acaba hoy esta solemne exposición de Jesús (que hemos estado Leyendo en días anteriores), llena de afirmaciones expresas sobre la relación entre el hecho de comer su carne y beber su sangre y tener Vida Eterna. El fragmento de hoy comienza con un escándalo de sus propios discípulos (no digamos ya del resto de la gente) sobre este modo de hablar de Jesús. Hasta el punto, dice el evangelista, de que muchos de ellos se echaron atrás y ya no volvieron a ir con Él. El menaje de Jesús es categórico y radical. No hay componendas ni medias tintas. «El que no está conmigo, está contar mí» (Mt 12, 20). Jesús se queda solo muchas veces, pero no puede dejar de decir lo que el Padre le ha encomendado. Entonces les pregunta también a los Doce si también ellos quieren irse.
Aparece aquí el gran misterio de la fe y de la libertad humana. Ciertamente que es Jesús el que elige. «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido yo a vosotros» (Jn 15, 16). Y, «nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae» (Jn, 6, 44). Pero igual de cierto es que el Señor respeta siempre la voluntad y la libertad de aquéllos a los que llama y elige para asociarlos e incorporarlos a su Vida y a su misión. Jesús nunca obliga a nadie. El Evangelio está repleto de frases como «quien quiera venir en pos de mí… «. La aceptación de la palabra de Jesús es un acto supremo de la libertad humana. Y esto conlleva una respuesta libérrima que se llama Fe. Como dice la Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II : “Cuando Dios revela hay que prestarle «la obediencia de la fe», por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios prestando «a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad», y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por Él. Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que previene y ayuda, a los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da «a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad». Y para que la inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones.” (DV 5).
A esta pregunta de Jesús a los Doce, Pedro, como siempre, y como hablando en nombre de todos los demás, de la Iglesia, le responde con una sensatez asombrosa, que nace de la experiencia reiterada del encuentro con Jesús: «Señor, ¿adonde iremos?, ¿a quién vamos acudir? Sólo Tú tienes palabras de Vida Eterna». Ya en el Tabor, en la Transfiguración había expresado esa experiencia de su unión con Cristo y decía «Señor, qué bien se está aquí» (Mt 17, 4). ¡Qué bien se está contigo!
Hoy también nos pregunta el Señor a nosotros: «¿También vosotros queréis marcharos?» Y, ¿dónde vamos a ir, si sólo en el Señor está el amor, sólo en Él se encuentra el perdón? (Sal 129, 7), como dice el salmo De Profundis.
Ángel Olías.
1 comentario
Si, Dios existe