«En aquel tiempo, habiendo echado Jesús un demonio, algunos de entre la multitud dijeron: “Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios”. Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo en el cielo. Él, leyendo sus pensamientos, les dijo: “Todo reino en guerra civil va a la ruina y se derrumba casa tras casa. Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo mantendrá su reino? Vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú; y, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros. Pero, si otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte el botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama. Cuando un espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por el desierto, buscando un sitio para descansar; pero, como no lo encuentra, dice: «Volveré a la casa de donde salí”. Al volver, se la encuentra barrida y arreglada. Entonces va a coger otros siete espíritus peores que él, y se mete a vivir allí. Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio.» (Lc 11,15-26)
Bien es verdad que la palabra de hoy ciertamente no es de las fáciles de acoger por nuestro entendimiento pequeño, racional y acostumbrado a los anuncios televisivos. A mí me ha ocurrido lo mismo. Dada la dificultad del Evangelio he querido escrutar, desmenuzar, investigar este texto para así, con brillantez, mostrar mi sabiduría sobre las escrituras. ¡Pobre necio! Poco se dice sobre este texto y todo lo que he leído no aportaba nada para descubrir el mensaje profundo de este evangelio de hoy. Entonces me acordé cuando Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí Padre porque así te ha parecido bien”.
Aquí se encuentra el secreto para disfrutar de esta buena noticia de hoy. Vivimos pensando que nuestro enemigo es el jefe, o la suegra, o el hijo que te planta cara y vive como quiere, o tu cuñado, o cualquier otra persona que te manifiesta tu pobre y verdadera realidad de mortal. Pero como bien dirá San Pablo: “nuestra lucha no es contra la carne ni la sangre, sino contra los espíritus del mal que viven en el mundo tenebroso”.
Jesús nos quiere enseñar hoy a descubrir a este enemigo y a cómo combatir con él. Él estaba liberando a un hombre de un demonio mudo; pero los que estaban a su alrededor no tienen discernimiento y no le reconocen. Piensan que Él no ostenta los títulos suficientes para expulsar demonios y comienzan a decir estupideces, necedades. ¡Cuántas veces nos ocurre a nosotros! No reconocemos a Jesús en algunos hermanos y cuando por el poder de Dios realizan obras importantes los despreciamos e intentamos desprestigiarlos ya que no tienen la graduación suficiente —según nuestro criterio— para realizar esas obras.
¡Qué importante es el discernimiento! Sin él, reconocer a Jesús es imposible, porque Jesús no entra en nuestros esquemas, No se nos presenta con la fisonomía ni las cualidades que nosotros esperamos, como también ocurrió con los judíos que gritaron “crucifícalo”.
Entonces Jesús nos revela una noticia. Si tú y yo —en definitiva, la Iglesia— con el poder de Dios tenemos la capacidad de vencer a nuestro mayor enemigo y, por lo tanto, conseguir la libertad, es que el Reino de Dios ha llegado a nosotros. Pero el Señor quiere enseñarnos algo más hoy y nos pregunta: ¿Dónde buscas hoy tu seguridad? ¿Cuál es la empresa a la que confías la seguridad de todo lo que posees?
Vivimos en una sociedad que se cubre los riesgos con todo tipo de seguros (de vida, de automóvil, de la casa, médicos, de defunción, por si me quitan el carnet, por si me quedo sin trabajo, etc., etc. ,etc.) pero ninguno de estos seguros te garantiza ni la libertad ni la paz interior. Yo he visto en África gente que ha perdido, por la guerra, todos sus bienes y sin embargo, les he visto reír, bendecir a Dios, estar incluso mejor que yo. ¿Por qué? Porque como dice Jesús, ya puedes estar asegurado hasta las cejas que como venga algo o alguien con más poder que tus seguridades ¿de qué te servirá?
Hoy el Señor nos invita a contratar la mejor empresa de seguridad: la Iglesia. Esta te ayudará no a cubrir los riesgos externos sino los internos, para que nunca pueda entrar ese demonio con los siete colegas que te pueden destruir. La Iglesia, con sus sacramentos, con la oración, con su instrucción, preparará esa casa —tu interior— para que solo haya un inquilino: Jesucristo; Él es el único que tiene poder para destruir al príncipe de los demonios.
Ángel Pérez Martín