«En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: “¿Quién es el más importante en el reino de los cielos?”. Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: “Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial». (Mt 18,1-5.10)
Una cosa tan grande como el Reino de los Cielos tiene un pórtico de entrada pequeño…, muy pequeño. Para hacernos una idea de las proposiciones: como el Pórtico de la Gloria de Santiago comparado con el Cielo maravilloso de un día despejado en Galicia.
Y para acceder a ese Reino, o se hace uno a la medida de la puerta o no entra. La verdad es que el Pórtico de Santiago no es que sea “pequeño” en sus dimensiones estéticas —que en este sentido es un portento de grandiosidad— ni tampoco en cuanto a sus dimensiones arquitectónicas en sí mismas. Es pequeño porque lo inmenso e infinito solo se alcanza desde lo diminuto, lo simple, lo sencillo. Sorprende cómo la inmensidad del océano cabe en la diminutez del ojo humano. Exactamente como Dios cabe en un corazón humano…; en uno de niño, que es aún más pequeño. Dicho de otra manera: en el sencillo y el humilde.
Es la humildad la condición única para hacer real en la vida cotidiana el Reino de Dios, para ingresar en la Gracia o Amor de Dios Padre que preside su designio de salvación. El Evangelio de los “Ángeles Custodios”, como puede verse, nos pone frente a la posibilidad de acceder al Amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, que da plenitud a la existencia y capacita para transformar el mundo; cuanto más pequeños más poder de superación del mal tendremos. Es la lógica del niño y del “ángel” que tiene. Dios lo quiera así.
César Allende