“El Señor dijo a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel? ¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo” (Gén 4,9-10)
Muchos gobiernos tienen a gala ocupar los primeros puestos en la clasificación de los Estados que han abolido la pena de muerte, mientras —¡qué paradoja!— al mismo tiempo se significan notoriamente a la cabeza de los países que han dado carta de naturaleza a leyes que aceptan el aborto. También nos presentan cada vez más estadísticas en donde se registran menos médicos leales al juramento hipocrático, menos científicos que aboguen por el inicio de la vida desde el momento de la concepción, más gente fiel a este proyecto de muerte…, apelando al sentido común, que en este caso evidentemente no es ni siquiera el común sentir, ya que la mayoría de las personas está a favor de la vida.
Pretenden desalentar a quienes trabajan por el bien, ocultando el verdadero número de quienes acompañan a la Iglesia en su defensa por el ser humano. Son muchos realmente los que continúan levantando su voz, como luz en medio de las tinieblas, para gritar sin miedo que la vida es un sacrosanto don que viene de lo alto; confesando que solo Dios es Dador de la vida, que nadie puede apropiarse el derecho a definir su principio y su fin… En esta sociedad que se aparta de Dios y quiere suplantarlo (tentación de Adán y Eva), apoderándose del poder sobre la vida y la muerte, la Iglesia seguirá gritando en este mundo que “no hay peor sordo que el que no quiere oír”.
La vida humana, desde su concepción hasta su término natural, debe ser salvaguardada con máximo cuidado (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, n.º 51) y la Congregación para la Doctrina de la Fe, en su declaración sobre el aborto, así lo confirma. El respeto a la vida humana se impone desde que comienza el proceso de la generación; desde el mismo momento de la fecundación del óvulo se inicia una nueva vida que no es propiedad del padre ni la madre, sino que es un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Nunca llegaría a ser humano si no lo fuera ya en ese preciso momento.
derecho al aborto, un avance en retroceso
La señora Bibiana Aído nos ha dicho que a las trece semanas de gestación todavía no es un ser humano. Somos tan necios que podemos gastar esfuerzo y dinero en el estudio de las lentejas, y olvidar las necesidades del propio hermano que está sufriendo. Podemos movilizarnos para salvar a las focas de la extinción (que me parece muy bien, Dios ha puesto en manos de los hombres la Creación) y callar ante la muerte de tantos inocentes, victimas de esta sociedad que ha invertido los valores.
Nos presentan el aborto como una demanda social, ponen en marcha la maquinaria legislativa para aprobar el aborto libre, haciendo caso omiso de las manifestaciones y millones de firmas del pueblo en contra del aborto, y a favor de la vida. Nos lo presentan como si fuera un problema urgente, sobre todo cuando hay verdaderos problemas que sí acucian de veras a la sociedad, como son el paro, la situación de la juventud, la vivienda, la educación, la sanidad, el terrorismo, la seguridad ciudadana, o una mayor atención a todas esas mujeres que se ven en la situación de decidir entre la vida o la muerte de sus hijos, ofreciéndoles otras alternativas
Nos muestran como avance social prohibir solemnemente dar un cachete merecido a un menor, mientras liquidamos fríamente a los más pequeños e indefensos.
Nos quieren vender el aborto en nombre del progreso y de la libertad. “Yo tengo derecho, yo mando en mi cuerpo, mi cuerpo es mío…”, son palabras que todos hemos oído más de una vez en esta sociedad donde pensamos siempre en nuestros derechos y pocas veces en los derechos de los demás. En nombre de mis supuestos derechos puedo abortar a los dieciséis años sin tener en cuenta la opinión de mis padres, y decidir sobre la vida de ese ser que viene a romperme los planes.
Los políticos han dejado la vida humana a merced de las razones económicas, del utilitarismo, el oportunismo o simplemente al arbitrio de la voluntad del hombre que, queriendo ser Dios, se coloca en su lugar, decidiendo por sí mismo lo que le es bueno o malo según sus apetencias.
Por otro lado está el poderoso caballero don dinero, que junto con el poder y el sexo, mueven esta sociedad que ha invertido los valores. Es impresionante el gran negocio de las clínicas abortistas, con millones y millones de beneficios, en las que se están lucrando personas sin el más mínimo remordimiento por la muerte de tantos inocentes, y con el visto bueno de los poderes públicos. Dinero que acalla las conciencias de esos “profesionales” y de esos “gobernantes” que, únicamente interesados en el poder, miran para otra parte ignorando a las mujeres que se encuentran ante esta difícil situación.
“encomienda tus obras a Dios y tus proyectos se llevarán a cabo”
Puesto que algunos psiquiatras advierten sin tapujos de los riesgos del “síndrome postaborto” padecido por las mujeres que abortan y por quienes lo inducen o apoyan, voy a exponer lo que a nosotros nos sucedió por si pudiera ayudar.
Mi esposa y yo, un matrimonio normal con nuestros problemas propios de la vida diaria, con las necesidades de una familia numerosa de cuatro hijos, dos de ellos en la Universidad, estirando la peseta (en aquel entonces el euro ni se sospechaba), se nos presenta un nuevo embarazo en una edad avanzada de ambos. En el transcurso de la primera revisión, después de rellenar la ficha con todos los datos sobre los embarazos anteriores, nos propone el doctor, que, puesto que mi esposa había cumplido ya los 44 años, lo más conveniente era deshacerse de él.
Nos quedamos atónitos y segundos después le pregunté al doctor qué derechos tenía el primero que no tuviera este. Por el tono y las malas maneras con que contestó pudimos deducir que la pregunta no fue de su agrado. Nos dijo que él tenía la obligación de preguntarnos si lo queríamos o no, porque, debido a la edad de mi esposa, aumentaba la posibilidad de tener un hijo deficiente, pero si queríamos correr con ese riesgo, allá nosotros. Cuando le contestamos que estábamos tranquilos porque lo dejábamos todo en manos de Dios, y que si venía con problemas, Él nos ayudaría, aún le sentó peor.
Pero la realidad fue distinta de la que se nos predijo: fue el mejor embarazo y parto de todos, el niño nació sano y se ha criado muy bien. Tener un hijo a esa edad te lleva a vivir la paternidad con otra sensibilidad y a disfrutar más del momento. Lo que el doctor nos animaba a matar tiene hoy veintitrés años y acaba de terminar la carrera de Farmacia.
Yo no voy a juzgar ni a condenar a nadie (eso no me toca a mí), pero puedo decir por experiencia propia que, cuando no entendemos las situaciones que vienen a romper nuestros proyectos, Dios nos demuestra que Él, quien siempre está ahí, como Padre bondadoso y misericordioso que es, quiere lo mejor para sus hijos. ¡Ah, y siempre nos envía un ángel en ayuda nuestra!