Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? (1Jn 4,20)
La soledad pesa en esta cueva que hemos socavado donde estamos yo y yo; porque el otro me arredra, me hurta la vida, me incomoda… Los nacionalismos claman por la independencia, por el individualismo; el otro es invasor, extranjero, colonizador… El trabajo surge despersonalizado, por el aumento de producción y la calidad de vida, eufemismo por afán de dinero…. Los niños solos en las casas frías. ¿Solos? No, con sus consolas y el chat donde sigue la ausencia, solo palabras que cortas y cierras cuando el otro te inquieta o molesta.
Pero el otro no está. Es el más importante en nuestra vida…, pero no está.
Los matrimonios se cansan de aguantarse, de verse y se deshacen como un castillo de arena y aumenta el aislamiento. Y los hijos lloran en silencio la frustración y se refugian en si mismos, en su impotencia. Y aunque ocurre a muchos niños de su clase, no consiguen comprender. Y llegan a sus casas y están solos, y en la ausencia miran al cielo, escrutando la razón, buscando…
Pero el otro no está. El que puede amarte…, no está.
Y los ancianos, a quienes ya solo les quedan hijos y nietos, y eso les hacía caminar, ahora están en híbridas residencias donde esconden sus últimos años en paz y tranquilidad con variadas y divertidas actividades para no pensar que están solos. Y allí deambulan solitarios deshauciados que se cruzan en los pasillos con la nostalgia dolida en la mirada y la melancolía tallada en la piel. Se esfuerzan por ubicarse en un tiempo de destierro, bajo el peso de la soledad…
Pero el otro no está. El que tiene que estar…, no está.
Cuántas posibilidades de que aparezca el otro hemos abortado. Una nueva ocasión desperdiciada para dar la vida. “No me viene bien ahora, ¿Qué voy a hacer con un hijo?”. Y despachamos una carga que creemos pesada, un ser que viene a ayudarnos, que trae en sus manos una carta del Creador para nosotras y que no nos ha dado tiempo a leer. Ahora volvemos a estar solas. Aunque no completamente, pues ya no se apartará de nuestra boca el sabor amargo del potro y siempre golpeará en nuestra sien el bombeo de aquel corazón.
Pero el otro no está. El que venía de parte de Dios…, no está.
Hemos suplantado a Dios por yo-dios. Hemos transformado las piedras en pan, en el pan de la frustración; pero seguimos teniendo hambre. Vamos al pozo a sacar agua, pero no nos sacia; y volvemos una y otra vez, pero sólo hay soledad y sed, mucha sed…. Sin embargo, es el otro el que nos redime, es su incapacidad la que nos hace pacientes, su dureza la que nos ablanda, su debilidad la que nos da fuerza, su proximidad la que nos salva, su pecado el que nos da la posibilidad de amar.
Tendremos también derecho a la soledad, pero no es bueno que el hombre esté solo.
Porque el otro…, es Cristo.