Petición
«Dame fortaleza en este momento, Señor, Dios de Israel» (Jdt 13, 7).
Reconocimiento
«Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos (2 Sam 22, 2-4).
Don y Virtud
“Si alguien ama la justicia, las virtudes son fruto de sus afanes, pues ella enseña templanza y prudencia, justicia y fortaleza: para los hombres no hay nada en la vida más útil que esto” (Sb 8, 7).
Alabanza
Señor, tú eres mi Dios; te ensalzaré y alabaré tu nombre. Redujiste a escombros la ciudad, la plaza fuerte a ruinas, el alcázar de los soberbios no es ya una ciudad, jamás será reconstruida. Por eso te glorifica un pueblo fuerte, te temen las ciudades de pueblos poderosos, porque fuiste fortaleza para el débil, fortaleza para el pobre en su aflicción, refugio en la tempestad, sombra contra el calor” (Is 25, 1-4). “A ti, Dios de mis padres, yo te doy gracias y alabo, porque me has otorgado sabiduría y fortaleza, y ahora me has revelado lo que hemos pedido” (Dn 2, 23).
Testimonio
“Te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos, pues Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza. 8 Así pues, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero” (2Tm 1, 6-7).
Consideración
En tiempos recios como los nuestros, necesitamos el don de fortaleza para defendernos no solo de los que podemos sentir como adversarios, sino también de nosotros mismos, para dar testimonio coherente de nuestra fe.
La virtud no es cuestión de brazos, sino de confianza. No está la espiritualidad cristiana fundada en la mundanidad de la gnosis, ni en el titanismo, sino en el conocimiento de Dios, razón de esperanza.
La fortaleza evangélica sorprende en los que son frágiles, pequeños y débiles, pues así se demuestra mejor Quién es en verdad el que sostiene a los que son fieles.