En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos» (San Lucas 12, 35-38).
COMENTARIO
Hoy nos encontramos a Jesús hablando de la forma en la que debemos aguardar su llegada: ceñida la cintura, encendidas las lámparas. Y, ¿Qué quiere decirnos el Señor cuando nos habla (varias veces en el Evangelio y en la Biblia) de ceñir nuestras cinturas?
En el antiguo Israel, tener “ceñidos los lomos” significaba “recoger los extremos de las vestiduras en una faja para caminar libremente y rápido”, es decir que el Señor, en esta ocasión, nos invita a estar preparados, dispuestos, abandonando todo para escuchar su invitación y salir a su encuentro.
Tantas veces al día, pasa Jesús delante de nosotros y me pregunto si le vemos, si tenemos silencio interior para escucharle, si podemos salir tras él, o, por el contrario todo nuestro mundo está lleno de ruidos que impiden escuchar su voz, ruidos del mundo que nos abruman y nos cargan. Ruidos que nos hacen pesados y no nos permiten caminar.
Caminar libremente y rápido, dice la descripción. Libertad del que no tiene peso, libertad del que no tiene compromisos, libertad del que anda ligero por la vida: “Dios lo primero”, dice Jesús en este Evangelio por debajo de sus palabras.
Un poco más adelante, en el Evangelio de hoy, Jesús nos habla también de las lámparas, las lámparas encendidas, como las de las vírgenes sabias (Mateo 25,1-13). ¿Qué significa tener las lámparas encendidas? Tener lámparas que se mantienen llenas de aceite y por eso iluminan, porque su aceite mantiene la llama viva.
El aceite de las lámparas es la Palabra de Dios, es el Evangelio que, dentro de nosotros, como en el interior de las lámparas, mantiene nuestra fe y nuestra esperanza viva.
Solo dos condiciones para esperar a Dios: salir a su encuentro libre de cargas del mundo en el momento que nos llame, y hacerlo siempre llenos de su Palabra.
Escuchar el Evangelio y hacerlo nuestro para que cuando nuestro Señor llame a la puerta, la palabra que escuchamos y meditamos se haya convertido en aceite que dé luz a nuestra vida. Luz que nos permita reconocerle y salir también a su encuentro. Luz que ilumine la oscuridad y no nos permita perdernos a Jesús cuando pasa por nuestra vida para encontrarse con nosotros.