«En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: “¿Qué deseas?”. Ella contestó: “Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”. Pero Jesús replicó: “No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”. Contestaron: “Lo somos”. Él les dijo: “Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mi concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre”. Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos, les dijo: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos”». (Mt 20,20-28)
Jesús y los discípulos están en camino hacia Jerusalén. Jesús sabe que van a matarlo pero El ya tenía dicho que el discípulo tiene que seguir al Maestro y cargar su cruz. Sin embargo, los discípulos aún no había entendido esto. Era demasiado pronto… El sufrimiento y la cruz no se combinaba con la idea que ellos tenían del Mesías. No había venido todavía el Espíritu que les haría fuertes para dar testimonio de la muerte y la resurrección de Cristo.
En este contexto transcurre el Evangelio de hoy. La petición de la madre de los Zebedeo genera en los otros discípulos indignación y división. Esta situación la aprovecha el Maestro para enseñarles: frente al egoísmo y la envidia de todos, Jesús propone un nuevo concepto de la autoridad y el poder, transfigurada en servicio, en entrega y en amor.
En aquel tiempo, los que mantenían el poder no tenían en cuenta a la gente; actuaban según les parecía. La sociedad estaba caracterizada por el ejercicio represivo y abusivo del poder. Pero Jesús invierte el sistema e insiste en la actitud de servicio y entrega como remedio contra la prepotencia y la ambición personal.
En efecto, Juan y Santiago no logran entender todavía la nueva dimensión que presenta el Señor y por ello, su madre va a pedir algo que se queda en las simples aspiraciones humanas y…, maternales : “Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino”. La respuesta que les da Jesús pone precisamente el acento en este aspecto: para participar de su Reino lo que importa es aceptar beber de su misma “copa”, es decir, estar dispuestos a entregar nuestra vida por amor a Dios y dedicarnos al servicio de nuestros hermanos, con la misma actitud de misericordia que tuvo Jesús.
El Papa Francisco, en su primera homilía, recalcaba también que para seguir a Jesús hay que caminar con la cruz, pues “cuando caminamos sin la cruz, cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor”. Se trata de “servir dando la vida” y dar la vida por amor.
Por otra parte, el día de hoy, festividad del apóstol Santiago nos hace recordar especialmente en España el sentimiento de gratitud que este apóstol despierta en nuestra patria. Gracias a él y al “cáliz que más tarde supo beber“ la fe arraigó en nuestra tierra hasta hoy. Nosotros tenemos una fe milenaria, una fe heredada de la predicación de Santiago, y de la predicación de miles y miles de apóstoles anónimos que a través de la historia nos han ido transmitiendo esta misma fe. Tenemos la gran suerte de haber recibido una preciosa herencia, la suerte de ser creyentes, de conocer a Jesús gracias al testimonio de todas estas personas que tienen su origen precisamente en la predicación de Santiago el Mayor, el hijo del trueno, el hermano del Señor.
Valentín de Prado