En aquel tiempo, Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.
Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, el de Zebedeo, y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el de Caná, y Judas Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: «No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel.
Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos» (San Mateo 10, 1-7).
COMENTARIO
Es curioso que en griego se usa palabra que pone en relación la llamada con la belleza. Llamar en griego es Kaleo. Y bello es Kalós. La belleza de una vida no consiste en algo plástico sino en algo espiritual. Consiste en saber responder a una invitación divina. Es el reclamo de Dios para con su criatura el que espera una respuesta. Y ahí está la belleza en la llamada amorosa que obtiene una respuesta de amor. Se produce el encuentro de voluntades, la unión de corazones.
El llamar de Dios no es un llamar a modo de silbato. Es una voz que lleva carga de afecto. Esto se ve en otro pasaje donde dice que quien quiera ser su discípulo que se niegue a sí mismo, tome su cruz y le siga (Mt 16,24). No dice “quien quiera ser un discípulo” sino “mi discípulo”. Son dos palabras de implicación afectiva: mi y discípulo. La negación de sí mismo y la resignación (en su sentido no peyorativo) producen relación, producen seguimiento. La abnegación genera amor, y amor de seguimiento. Hay todo un clima afectivo que envuelve el seguimiento de Cristo.
Suele ser frecuente entre matrimonios que la belleza puramente corporal, el atractivo sensible, no engendre amor auténtico, porque no se ha dado la unión de voluntades ni la reciprocidad necesaria de donde resulta la belleza más profunda. Son intereses egoístas superpuestos, lo cual resulta feo, no precisamente hermoso. Y esto se puede dar, entre personas de semblante bello, con poca o escasa capacidad de encuentro auténtico.
El caso que nos ocupa nos presenta la belleza en su grado espiritual más elevado. Dios llama y el hombre responde sí, su sí. Ahí está el amor, en toda su belleza.
El evangelista no usa realmente el verbo Kaleo sino Proskaleo. Es decir queda reforzado la fuerza del primero con la significación de “llamar a sí”. Queda así subrayada la dimensión afectiva de la llamada, que a su vez se verá acentuada por los nombres propios que el texto presentará a continuación. Es decir, la llamada al apostolado es una cuestión de amor, tanto por el designio amoroso del que llama como la misma misión de amor. Jesucristo: llama/ a sí /a sus/ discípulos para constituirlos en apóstoles. Un concentrado filológico que tiene por finalidad acentuar la belleza del amor divino. Es la caridad del Señor la que convoca a la caridad fraterna. Amor que llama al amor. Y todo es amor así.
H.V.Balthasar afirma que la belleza suprema está en Cristo humillado y muerto en una cruz, porque es expresión definitiva del amor de Dios. En su vaciamiento en la cruz radica la total belleza. Y no deja de ser sorprendente esto que dice a un mundo que si se descuida llama bello al pecado, al error y al mal. Un mundo que solo conoce la belleza visible en sus formas plásticas pero que se encuentra incapacitado en gran medida para entender la belleza espiritual e invisible de un ángel o de un alma santa. ¿Cómo es posible que un crucificado resulte hermoso si plásticamente es horroroso?
El Hijo en su obediencia llega a la cima de su belleza. Su naturaleza humana se agradable al Padre más por su obediencia espiritual que por su belleza física.
Cristo llama y esto es hermoso. El discípulo responde y esto es hermoso. Se da una relación de amor, abierta y sincera, y esto es hermoso. Quedan comprometidos para siempre El Creador y la criatura en inmortal desposorio y esto es hermoso.
Acogidos y cobijados en el amor de Dios estos discípulos que son ya apóstoles se ven capacitados para responder a las realidades más duras de la vida como es la posesión diabólica, la enfermedad o toda forma de dolor.
Aunque no para aquí la misión de estos hombres. Serán instruidos por el Señor para enviarlos a predicar la buena nueva a los descarriados de Israel. “El Reino de los cielos está cerca”, será el centro de su predicación. Hay Esperanza, hay salvación. Todo un Dios pendiente de su criatura para elevarla a la dignidad divina.
Todo empezó por saberse negar a sí mismo, acoger la llamada y realizar la belleza del plan de Dios en sus vidas. Esta es la belleza, la voluntad salvífica del Señor y la respuesta a la misma.
Dice el Evangelio que hubo uno que realizó la fealdad, la no respuesta. Hubo uno “que le entregó”. Así queda contrapuesta ambas actitudes. La de aquel que ama en compromiso y confianza. Y la de aquel que en libertad se cierra en sus estrechos límites para ahogar todo atisbo de belleza de vida. Este Judas acabó feamente sus días en su patíbulo. Jesucristo, en su Calvario acabó bellamente, porque había amor.
Dejémonos envolver por la belleza del amor de Aquel que no engaña ni sabe engañar. Respondamos a su invitación.